‘The King of Comedy’: cuando Robert De Niro fue Joker

En 1983 se estrenó The King of Comedy, la infravalorada joya de Martin Scorsese con Robert De Niro, cuya influencia es evidente en Joker, de Todd Phillips.

Por Lalo Ortega

“¿No es una película de comedia, o sí?”, comentó el director Martin Scorsese durante una retrospectiva en el Festival de Cine de Tribeca de 2013. Tal incertidumbre es extraña por parte de un director para referirse a una película suya. Más si ésta se titula The King of Comedy y tiene la participación del llamado “Rey de la comedia”, Jerry Lewis.

Pero la película no se trata de este último, sino de un tal Rupert Pupkin (Robert De Niro), un torpe aspirante a cómico de stand up dispuesto a lo que sea por aparecer en el talk show del famoso comediante Jerry Langford (Lewis). Una vez consagrado en el firmamento de la comedia, pretende hacerse llamar (adivinen)… el “Rey de la comedia”.

Ésta no es para nada una comedia, o por lo menos no pretende serlo la mayor parte del tiempo (aunque sí tiene breves momentos de incómoda frivolidad).  En Tribeca, Scorsese recordó cuando leyó el guión por primera vez: “No la entendí, realmente”.

“Él la entendió de inmediato”, dijo el director señalando a De Niro, quien tuvo que convencerlo de filmarla a pesar de acumular cuatro exitosas colaboraciones juntos para entonces, entre ellas Taxi Driver y Raging Bull. “Yo la fui descubriendo sobre la marcha”, anotó el cineasta neoyorquino.

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Conforme avanza la trama, vemos que el protagonista es también un fan from hell de Langford, y decide aliarse con una inestable acosadora, Masha (Sandra Bernhard). Ella, en un complicado plan de Pupkin por lograr sus 15 minutos de gloria televisiva, lo ayuda a secuestrar a Langford e intenta violarlo mientras lo tiene cautivo. Así que no, una película muy graciosa no es que digamos. Pero también es demasiado seria para entrar en los parámetros de una comedia negra o una sátira.

Tal como lo fue el guión para Scorsese, The King of Comedy fue muy incomprendida en su tiempo, como confirman su pobre taquilla y mixtas reacciones de la crítica. Se trata de una película que, a pesar de su revalorización, aún encaja incómodamente en la filmografía de su director.

“Es difícil creer que Scorsese la hizo”, escribió Roger Ebert en aquel entonces, y en apariencia tendría razón: el cineasta era más asociado con la violencia callejera de Mean Streets y Taxi Driver. Más allá del actor que le da vida, el sonso Pupkin parece tener poco en común con el desequilibrado y violento protagonista de esta última, Travis Bickle.

Las historias de ambos, sin embargo, resultan complementarios reflejos de su época: los dos protagonistas son alienados por la modernidad estadounidense que habitan. Travis es un veterano de guerra rechazado e incapaz de relacionarse, desencantado con la violencia que le rodea. El treintón Ruppert, estancado en el sótano de su madre sin amigos ni pareja, sueña con la fama que le otorgaría la aceptación que le ha sido negada. Ambos, al final, recurren a una misma vía desesperada: la del crimen.

La miserable vida de Pupkin es sugerida sutilmente por los diálogos: la constante presencia de la regañona madre, o la implicación de que Rupert no tiene empleo. En una secuencia onírica, él se imagina a sí mismo ya como un comediante exitoso invitado al show de Langford. Es ahí donde el director de su preparatoria aparece para disculparse, en cadena nacional, por reprobarlo y decirle que sería un fracasado.

 

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La validación negada y la vindicación son la obsesión de Pupkin. Ésta se acentúa con el montaje de Thelma Schoonmaker que nos desconecta, junto con él, cada vez más de la realidad. La línea entre las secuencias “reales” y las de sus sueños se borra con el avance de la trama, hasta que nos vemos nosotros mismos sumergidos en su mundo imaginario. Igual que Taxi Driver, The King of Comedy nos deja con la duda de si el final que vimos sucedió o no en realidad. Cual sea el caso, es una conclusión cínica y desoladora: Ruppert va a la cárcel por secuestro, pero catapultado por ello a la fama. Ésta le permite iniciar su propio show al salir de prisión, con todo y libro a cuestas.

Si sucedió, ilustra un mundo en el que la realización individual sólo es posible mediante la validación que otorga la fama, por pasajera que sea. Se dice que la película fue incomprendida por estar adelantada a su tiempo. Hoy, la frase con la que Ruppert concluye su acto cómico bien podría condensar el actual culto al influencer: “más vale ser rey por una noche, que fracasado toda la vida”.

Quizá el final es todavía más pesimista si queda en la imaginación: nada más que un sueño vacío, sólo alcanzable a punta de violencia, como única salida de la marginalidad en una sociedad que no tiene otra cosa para ofrecer. Una apta inspiración para Joker, sin duda.

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