La última escena: ‘Beetlejuice’, de Tim Burton

Te contamos la historia sobre un final que nos hace levitar: el de Beetlejuice (1988), de Tim Burton.

Por Anaid Ramírez

Luego de debutar con la desangelada Pee-wee’s Big Adventure (1985), Tim Burton no se permitiría desperdiciar su segunda oportunidad como director, y no falló. Será el sereno o los espíritus chocarreros que desde el guión convocaron Michael McDowell y Warren Skaaren, pero Beetlejuice no sólo es una de las mejores obras del cineasta, además es la que definió el estilo oscuro que prevalecería en sus subsecuentes largometrajes y también la que nos entregó uno de los finales más optimistas —irónicamente— y rítmicos que podríamos recordar. 

Y debimos adivinarlo. Después de descubrir los gustos musicales de los fantasmas protagonistas —los inocentes Barbara (Greena Davis) y Adam (Alec Baldwin) Maitland— y de la inolvidable escena en el comedor, cuando los Deetz y sus invitados bailan involuntariamente al ritmo de “Day-O”, teníamos todo en charola de plata para prever el cierre musical de esta comedia oscura que estrenó en 1988. Pero Burton nos colocó un velo negro sobre la cara para que no vislumbráramos con facilidad su emblemático desenlace. ¿Conseguiría cerrar cada uno de los problemas retratados?

Si el director consiguió distraernos fue, de entrada, por los múltiples conflictos de Barbara y Adam, quienes ni en la vida ni en la muerte están a salvo de complicaciones: el joven matrimonio no podía tener hijos y después del accidente que los convirtió en fantasmas, las cosas no fueron más sencillas para ellos porque no logran trascender a otro plano ni deshacerse de los invasores que llegaron a su dulce hogar, los Deetz. “Somos muy infelices”, afirma el personaje de Geena Davis.

Igual de intrigantes son las turbulentas emociones de Lydia (Winona Ryder), la menor de los Deetz. Huérfana de madre e ignorada por su padre, Charles (Jeffrey Jones), y su madrastra, Delia (Catherine O’Hara), Lydia preferiría estar muerta. “Mi vida es un enorme cuarto oscuro”, dice la adolescente durante la primera cena en su nueva casa. El ánimo depresivo de la también referida como “hija de Edgar Allan Poe”, su declarado interés por pasar sus días como fantasma al lado de Barbara y Adam, y las cartas de despedida que escribió con desesperación, nos hicieron pensar en un destino mortuorio para la joven dark.

Responsables de las algunas de las desgracias de Lydia, Barbara y Adam, el matrimonio Deetz también tiene sus complicaciones: la cosmopolita y artista moderna Delia —oficio que justifica las estrafalarias obras que hay en el set— no halla su lugar en la casa de campo que compró si marido, mientras que el adinerado Charles no consigue conectar ni llegar a acuerdos con su familia.

Tampoco podemos ignorar al bioexorcista bravucón que comparte nombre con este filme, Beetlejuice (Michael Keaton). Aparece apenas 17 minutos y medio de los 92 que dura la película, pero es suficiente para que lo concibamos como un personaje que siempre quiere sacar ventaja de cualquier oportunidad y, por lo mismo, es renegado de su propia comunidad fantasmagórica. Motivado por su rebeldía y afán de causar caos en el mundo de los mortales —cuando los espectros prefieren que no se compruebe su existencia—, busca casarse con la pobre Lydia para hacer de las suyas.

Con todo este precedente, ¿hacia dónde nos conduciría Tim Burton? Pudo concluir su película con una partida feliz de los Maitland con destino al más allá. También con una separación por parte de los Deetz para que ninguno sacrificara su felicidad por complacer al otro, y con ello la independencia de Lydia, quien igualmente sería más optimista. 

Por cierto, un desenlace funesto para la joven no habría sido tan descabellado; de hecho, así lo pensó en un inicio el coguionista Larry Wilson. En una entrevista para Yahoo, el escritor reveló que alguna vez ideó que el personaje de Winona muriera en un incendio para vivir como fantasmita amigable, al lado de Adam y Barbara. Sin embargo, siguió el consejo de quienes le dijeron que tener a una adolescente falleciendo para conseguir su felicidad, no sería un buen mensaje para el público juvenil, así que lo cambió por la conclusión que ahora conocemos.

 

Para cuando llegamos a las últimas escenas, pese a su reducida presencia en pantalla, Beetlejuice ya tiene tal poderío que se convierte en el gran “villano” de la cinta. Cuando Barbara y Adam están en graves problemas y a punto de convertirse en cenizas, Lydia convoca al hombre del traje rayado y acepta casarse con él a cambio de que salve a sus amigos. Pero el bioexorcista no contaba con el heroísmo de Barbara, quien interrumpe la ceremonia montando un gusano de arena —una marioneta filmada en stop motion— que se devora al antagonista. 

Vivos y muertos entienden así que el peor mal no era la convivencia obligada, sino una fuerza mayor que juntos acaban de desarmar. Así que todo pinta para tener un nuevo orden y se comprueba con la secuencia de cierre, cuando vemos a los Maitland y a los Deetz siendo algo así como roomies cool y Lydia deja al fin su vestimenta negra. Todo esto lo vemos mientras la joven celebra cantando “Jump in the Line” y se eleva sonriente por las escaleras, momento obviamente patrocinado por Adam y Barbara.

Las renovadas capacidades de convivencia de cada uno, son la única y mejor forma en la que Burton concluye su cinta, sin dejar nada al aire mas que a su adolescente protagonista. En una medida u otra, al final uno siempre tiene lo que quiere y sonríe. ¿Cómo no sentir así que todos levitamos?

Si te gustó la última escena de Beetlejuice, lee también: La última escena: The Devil Wears Prada