Cine de culto: ¿qué es y por qué lo llamamos así?

Cuando leemos sobre cine, es común toparnos con la designación de una película como un “clásico de culto”. El calificativo ha sido aplicado a películas muy dispares en género, época, procedencia y calidad. Por ello, podría perdonarse hasta al cinéfilo más clavado por no saber exactamente qué es el cine de culto.

Como suele ser con el cine y el arte en general, definir qué es el cine de culto es un campo minado, lleno de la misma arbitrariedad con la que se acostumbra determinar cuáles películas pueden considerarse de culto o no.

La cuestión se complica si, además, tomamos en cuenta términos que son erróneamente utilizados de manera intercambiable. Añadirle a «cine» las palabras “culto”, “arte”, “experimental”, “de autor”, entre otros, nos lleva a territorios muy distintos entre sí, pero no necesariamente excluyentes uno de otro. Cuando hablamos de casos concretos, podemos confundirnos todavía más. Eraserhead (1977), por ejemplo, ha sido señalada como una película de culto, pero también se le considera cine de autor (David Lynch).

Así pues, vayamos por partes para salir del enredo y obtener una definición satisfactoria.

 

¿Qué es culto?

El libro The Rough Guide to Cult Cult Movies (2010) de Paul Simpson nos puede dar un primer acercamiento. En éste, el autor cita al Diccionario Oxford para la obligada primera noción lingüística.

Algunas definiciones de culto incluyen “un sistema de adoración religiosa, especialmente expresada de manera ritual”, “una devoción u homenaje hacia una persona o cosa”, “una moda popular especialmente seguida por una sección específica de la sociedad”, e “indicativo de una persona o cosa popularizada de esta manera”.

Es una definición sin duda demasiado amplia y, aplicada tal cual, no nos ayuda mucho para salir de dudas. Hay quienes argumentarían que las grandes franquicias de la cultura pop tienen un seguimiento cuasi religioso. Si vamos todavía más lejos, hay obras que han inspirado religiones en sí y, lo que las haría “de culto”. Si no nos creen, chequen el jediísmo inspirado en Star Wars (1977-) o el dudeísmo inspirado en The Big Lebowski (1998). Curiosamente, sólo una de estas dos obras es comúnmente considerada como película de culto.

 

Hay que acotar la definición. Así que para efectos del cine, quedémonos por ahora con que “culto” se refiere a una cosa popularizada por ser una moda entre una sección específica de la sociedad.

Simpson hace una anotación que debemos tomar en cuenta: “la palabra ‘culto’ también implica un conocimiento oculto de las masas. Así que una película de culto podría ser reservada a unos pocos, o tener una profundidad que se escapa al espectador casual”.

Entonces las preguntas cambian. ¿Cómo es que este “conocimiento oculto” adquiere seguidores entre “unos pocos”? ¿Cómo alcanza una película su estatus de culto? ¿Puede ser filmada con esa intención?

 

¿Cómo nace el culto por una película?

“Tanto en literatura como en el cine (y en todos los demás ámbitos creativos), me interesan las obras que cuestionan el mundo en que vivimos, que remueven las vísceras y las conciencias, que aceleran la sangre y el corazón, mostrando sin filtros éticos ni políticos la realidad (sin duda violenta y cruel) que el hombre ha creado”.

Lo anterior fue escrito por el editor, narrador y poeta Vicente Muñoz Álvarez. Así define su criterio para su ‘top 100’ de películas de culto”, recopilado en su libro Cult Movies: Películas para llevarse al infierno (2011).

Muñoz Álvarez habla del cine de culto en términos de “lo epatante, lo crítico, lo atípico, lo raro, lo provocador, lo grotesco, lo perverso (…)”, entre otros calificativos. Son palabras que también pueden utilizarse para describir el cine de arte, en el sentido del cine que, fuera de los convencionalismos de las estéticas del mainstream y del circuito comercial, nos invita a las reflexiones, las epifanías y el gozo artístico. El autor mismo admite no ser un crítico de cine, pero su perspectiva nos brinda un ángulo de análisis esencial: el del público.

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Si hemos de diferenciar el cine de arte del cine de culto, el crítico Ronald Bergan puede orientarnos con su libro Filmisms… Understanding Cinema (2011):

“Una película de culto es cualquier película que por razones no relacionadas a su calidad artística intrínseca, ha atraído devoción obsesiva de un grupo de fans. Las películas de culto son usualmente excéntricas, exageradas y estrafalarias, con personajes unidimensionales y tramas extravagantes”.

Entonces afirma que esta clase de películas no se limitan a un género, aunque son más frecuentes en la ciencia ficción y el horror. “Algunas fracasaron en taquilla en sus estrenos iniciales, pero alcanzaron su estatus de culto más adelante, vistas bajo otra óptica”, añade Bergan.

Hay varios puntos que extraer de aquí. Queda establecido que el cine de culto tiene un grupo establecido de ávidos seguidores. Éste debe ser lo suficientemente pequeño para no ser parte del mainstream, pero lo necesariamente grande para, sencillamente, existir.

Relacionado a lo anterior, se trata de películas que no encontraron su público cuando llegaron a las salas de cine, e incluso puede tratarse de grandes producciones que generaron pérdidas millonarias en taquilla. Es decir, sus eventuales fans las descubrieron alguna noche ociosa en los videoclubes, extraviadas en el mar de DVDs. O quizá se la toparon por la magia del zapping, o sumergiéndose en las profundidades de Netflix. En el mejor de los casos, algún clavado de un cineclub se las recomendó. ¿Pero cómo es que llegan al conocimiento de estos selectos grupos en primer lugar?

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‘The Holiday’ (2006). Universal Pictures.

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Sin duda, el punto que más destaca en la definición de Bergan es el estético, el más subjetivo de todos. La calidad, dentro de ciertos parámetros, está sujeta a la apreciación del espectador. La “calidad artística intrínseca” es variable según las circunstancias de producción de cada filme: no es lo mismo obtener la citada extravagancia en una superproducción hollywoodense – en la que muchas veces es accidental –, que de una indie de bajo presupuesto con actores no profesionales – en cuyo caso, suele ser el mejor resultado posible –. Ambas posibilidades invitan a preguntarnos por qué a alguien le gustaría ver algo que se salga (intencionalmente o no) de lo tradicional.

El sociólogo francés Jean-Marc Leveratto, y el teórico francés de cine Laurent Jullier, proponen una respuesta en su libro Cinéphiles et cinéphiles (Cinéfilos y cinefilias, 2010). Que una película se vuelva de culto tiene mucho más que ver con un público ávido de estéticas no convencionales.

Los autores hablan de una “cinefilia de la reparación”, esto es, dar nueva vida a películas tornadas invisibles y alejadas del circuito de exhibición por ser consideradas “indignas” o “mediocres” por la cinefilia institucional. La cinefilia de reparación, sostienen, “nos enfrenta a la reivindicación de un gusto subversivo, la afirmación de una postura estética heterodoxa respecto a la cinefilia en general”.

En términos simples, el cine de culto alcanza tal estatus gracias al cinéfilo que gusta de dar visibilidad a películas que han caído en el desconocimiento debido a una estética no tradicional. Ésta puede asociarse asociarse a lo camp, es decir, la mediocre calidad estética que puede ser o no intencional (esa proverbial cualidad de “tan malo que es bueno”). Y también está lo trash, las obras marginales y transgresoras que empujan los límites del “buen gusto” estético o moral.

 

Entonces, ¿qué es el cine de culto?

Ya establecimos, entonces, algunos aspectos básicos del cine de culto, como su estética alejada de convencionalismos. Tienen un selecto pero apasionado grupo de seguidores, que han descubierto estas obras en tiempos posteriores al estreno original (posiblemente en formato de video casero), lo que da pie a su apreciación bajo nuevas ópticas. Faltaría añadir algunos puntos.

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Simpson refiere que el filósofo, literato y semiótico Umberto Eco afirmaba que Casablanca (1942) es una película de culto, a pesar de tratarse del producto más tradicionalmente hollywoodense. Su argumento: “la obra debe proveer un mundo completamente amueblado, para que sus fans puedan citar a sus personajes y episodios como si fueran aspectos del mundo sectario del fan (…), del que se pueden hacer cuestionarios y trivias para que los adeptos de la secta reconozcan entre unos y otros sus conocimientos compartidos”.

Una película de culto, pues, puede tener mil orígenes distintos. Puede ser una cinta de horror y ciencia ficción de bajo presupuesto como Plan 9 From Outer Space (1959), de Ed Wood. O la comedia negra y abyecta de John Waters, Pink Flamingos (1972). En un caso muy distinto, puede ser un neo-noir de ciencia ficción de alto presupuesto pero incomprendido en su momento, como Blade Runner (1982). O como The Room (2003), un drama romántico cuya pobre ejecución lo conduce a la comedia involuntaria, así como al dudoso honor de ser una de las peores películas de todos los tiempos.

 

O puede ser más como The Rocky Horror Picture Show (1975), cuya estrafalaria producción y excéntricos personajes han inspirado funciones de medianoche, a las que los fans asisten con elaborados disfraces.

Una película podrá alejarse de las estéticas convencionales o del circuito comercial todo lo que quiera. Sin embargo, son el tiempo y la comunidad cinéfila quienes le otorgan su estatus en el tiempo. Una película de culto vive y muere, sencillamente, por quienes las aman por ser distintas.

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