‘El peluquero romántico’: el pasado que se fue

La memoria, el recuerdo, la nostalgia, quizá una atmósfera anclada a un momento específico que atrae emociones, es lo que compone El peluquero romántico, el más reciente largometraje de uno de los autores mexicanos más interesantes del cine contemporáneo.

Por Julio César Durán

Si bien el cine de Iván Ávila Dueñas se ha dedicado a trabajar la memoria y ensayar sobre el cómo ésta transfigura a sus personajes (La mañana no comienza aquí, 2014; Zacateco, 2010; La vida sin memoria parece dulce, 2013), quizá en El peluquero romántico (México-España, 2017) se expresa de una manera directa la forma en que nos encontramos constantemente atados al pasado, a los recuerdos que nos significan y nos construyen.

El sexto largometraje de Ávila Dueñas, coescrito con Armando López, es un filme sencillo y accesible, que no obstante sí posee rupturas de formato y de narrativa. Como espectadores partimos en esta historia tras la muerte de la madre de Víctor. Con lo que nos encontramos, pues, es con la soledad de un hombre que pudo vivir a la sombra de su madre, aislado emocionalmente y que vive en otra época: lámparas de mediados de siglo XX, una vieja casona del centro de la Ciudad de México, cortinas tradicionales, cine mexicano de la época dorada y música de 30 años atrás.

El peluquero romántico es un filme atmosférico, es decir, pretende armar un ambiente con base en elementos que influyen en el personaje protagónico y en cómo él entiende el mundo. Desde su casa, que podemos intuir como el estereotipo del hogar de una mujer mayor, hasta su otra morada, la clásica peluquería de barrio, con su mobiliario y accesorios sacados de los años 60; Víctor vivirá su duelo entre interacciones casi arquetípicas: el dominó nocturno, la ausencia de familia en un ambiente otrora matriarcal, los amigos de toda la vida, la nostalgia por un matrimonio fallido y la atención que tiene de una chica más joven que él.

El peluquero (interpretado por Antonio Salinas), con un repentino cambio de vida que intenta tomar con la mayor naturalidad posible, va a mostrarnos la relación que lleva con dos mujeres que, quizá, van a cubrir la falta de la madre.

 

Una de las mujeres es Rosy (Sara Juárez), una joven del barrio que lleva la típica comida de fonda a la barbería; con ella mantiene una cercanía e intimidad agradable, que con toda sutileza (el espectador decidirá si la relación es amorosa o de amistad)  nos lleva de la mano por una relación platónica sin el cliché del maduro obsesionado con la chica menor. La otra, quien lleva intempestivamente, es Susy Santillán (Brenda Castro), la exesposa que se sugiere anteriormente abandonó a nuestro protagonista y con quien vuelve a estrechar un pasional lazo. 

Así, en un recorrido que va de lo espacial a lo temporal (la atmósfera ya mencionada corre hacia los choques y rupturas de formatos de cine digital y en 35mm), nos enfrentaremos a este encantador hombre y su oficio, atravesado al mismo tiempo por el pasado (Susy), el presente (Rosy) y el futuro, representado por una tercera mujer que conocerá en un viaje a Río de Janeiro para conectarse con un origen desconocido para él hasta este momento.

Esta historia melancólica, con toda su convencionalidad tiene como acabados (un discurso permanente en el cine de Ávila Dueñas) una parte onírica. Todo lo que ocurre en la mente de Víctor, y en el espacio/tiempo de ese metapersonaje que es la película misma, estará vulnerado pero al mismo tiempo traducido al cine por el tratamiento de la imagen sea digital o análoga. Acá nos encontramos con cambios de formato, de color a blanco y negro, y de discurso, de un espacio amarrado a un tiempo que no le pertenece y el imaginario que tenemos del pasado reciente.

El peluquero romántico es una pieza más de una de las filmografías más atrevidas pero sólidas del cine mexicano hoy en día, sin duda una de las mejores que llegan a la gran pantalla en este año y algo que ningún cinéfilo (ni melómano) que se respete debe perderse.

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