«Es una película muy auténtica en el sentido de la fiesta mexicana»: Hablamos con Joaquín Cosio


Después de darle vida a Mascarita, en Matando Cabos, resultó difícil imaginar a Joaquín Cosío en un personaje que no fuera un tanto rudo. Esa idea se reforzó unos años más tarde, cuando Luis Estrada lo invitó a darle vida a El Cochiloco, en El infierno.

La personalidad de ambos papeles, sumada a la apariencia del histrión —corpulento, de nariz prominente y un entrecejo de miedo—, lo convirtieron en un imán para roles de hombres autoritarios, salvo enalgunas atinadas excepciones, como su entrañable Gabriel en La delgada línea amarilla. Ya lo vimos como un narco a la Oliver Stone (Salvajes) y se puso uniforme militar ante el icónico miembro del Servicio Secreto británico, James Bond (Quantum of Solance).

Y es que al verlo, impone. Cuando se le ve en la pantalla, en el escenario de un teatro o atravesando el estudio donde Cine realizará la entrevista, cuesta visualizarlo como profesor en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez —trabajo que alternaba con obras de teatro en esa ciudad— y como padre amoroso, que es como se muestra segundos antes de encender la grabadora, cuando no deja de sonreírle a su hijo Tarek.

¿Cómo te sumas al elenco de Me asusta pero me gusta?
Llega por una invitación directa de Beto Gomez, con quien he hecho ya varios proyectos (Salvando al soldado Pérez, por ejemplo). Me habla de esta nueva película y del personaje, de Don Gumaro, una especie de patriarca de una familia típica norteña.

En tu carrera has tenido papeles que tienen características muy similares, que responden a un estereotipo. Don Gumaro no es la excepción, sólo que él nos da algunas sorpresas…
El personaje me gustó mucho desde que leí el guion, pero sobre todo la tonalidad que Beto le quiso imprimir: una especie de misterio, de atmósfera oscura alrededor de él. Pero, efectivamente, es un juego de apariencias, de espejos y de reflejos donde la realidad es completamente otra. Es un personaje que me agradó por ese peso, presencia y solidez que tiene.

Las apariencias con las que se juega a través de Don Gumaro van más allá de su oficio, llega a la paternidad. Creemos que es muy riguroso y cuadrado.
Es un hombre completamente común en ese sentido. Es un padre de familia; por lo tanto, tiene una manera de ser y aplica su propio código para cuidar de su descendencia. En ese sentido, es un tipo estricto y un hombre criado a la antigua. Sin embargo, eso no implica que no tenga emociones ni afecto. Los tiene. Don Gumaro es un hombre que ha aprendido construyendo el imperio en el que viven, y obviamente hay acciones alrededor que lo han curtido y lo ha hecho ser un hombre de decisiones.

La cinta y tu personaje provocan que, en un inicio, pensemos inmediatamente en el narcotráfico. ¿Consideras que por su nacionalidad una producción debe seguir una imagen?
No. Creo que Me asusta, pero me gusta es un buen ejemplo de que no estamos en esa circunstancia. Es decir, estoy de acuerdo en que es una película totalmente mexicana en la recuperación de algunos modelos que el cine nacional ha tenido. Es muy festiva en el sentido de lo mexicano. Creo que las cintas no tienen propiamente una nacionalidad, se hace una buena película o una mala película. Hay historias, hay personajes y el espectador cree en ello o se siente o no identificado sin importar su nacionalidad. A mi parecer, nuestra película es muy auténtica en esa celebración de las familias mexicanas, incluso del amor que ocurre entre familias aparentemente dispares o antagónicas; pero eso no es algo nuevo, ya lo hemos visto a lo largo de la historia del arte, del cine y de la literatura. Creo que esta cinta recoge muy bien esta historia y la retrata con una tonalidad muy nacional, sin que llegue a ser folklórica. Más bien es una película muy auténtica en el sentido de la fiesta mexicana.

Una cosa es la apariencia y lo que marca un guion, y otra lo que un actor proyecta con eso. ¿Cómo has trabajado, no tanto para encasillarte, sino para apoderarte de los personajes en los que solemos verte?
Tiene mucho que ver con la dependencia entre imagen y cine. En ese sentido, nosotros como actores somos una imagen pero, justamente, creo que nuestro trabajo es trascenderla, ir más allá de nuestro propio aspecto para no quedarnos en aquello que aparentamos ser. Es decir, los jóvenes guapos y atractivos juegan de alguna manera un rol específico, pero su habilidad debe ser escaparse de esos estereotipos. En ese sentido, hay que aprender a trascender la imagen o aprender a regodearte en esa misma búsqueda. Y creo que Don Gumaro cumple con eso. Revienta a los roles que suelo hacer. No diría que es lúgubre, sino sólido. Logramos esto a partir de la construcción que hicimos entre Beto y yo. Resulta en una exacerbación del personaje, que aparenta ser terrible.

¿Es fácil encontrar esos aspectos que trascienden en papeles con características similares?
En mis películas más conocidas, en las que evidentemente he interpretado a personajes un poco más en correspondencia con mi imagen, no. Pero hay varias otras tantas, una de ellas es La delgada línea amarilla, donde hago a personajes que no tienen absolutamente una gota de violencia ni de turbiedad. Creo que Don Gumaro se sostiene también a partir de ser o aparentar ser un hombre profundo y aislado, pero al mismo tiempo tiene momentos de un gran y profundo amor por su familia. De alguna manera se nota su cariño.

¿Y qué es lo que te divierte de estas figuras?
Lo que me gusta de este tipo de personajes o de cualquiera, es su ambigüedad; que sostenga una contradicción en su propia naturaleza. Esta cualidad los hace ver más acorde con la realidad, porque tiene que ver con esta dualidad, con ese aspecto que todos tenemos de ser múltiples. Somos de muchas maneras y lo que me llama siempre la atención o lo que me gusta de un personaje es construirlo a partir de eso, de sostener contradicciones profundas que los hacen buenos, pero malos y viceversa. De esta forma quedas ante personajes vivos, seres humanos verosímiles, porque de alguna manera así somos, en la mañana nos comportamos como una persona muy buena y en la tarde tomamos otras decisiones. En fin. Eso es lo que a mí siempre me resulta muy atractivo, lo que les da esta consistencia de ser seres reales.

Tus personajes suelen perseguir y, a la vez, son perseguidos. ¿Qué te gusta más?
Perseguir (ríe). De alguna manera, ¿no? Es decir, parte de lo que haces como actor y personaje es siempre estar persiguiendo algo, el desarrollo del personaje en una historia tiene que ver con buscar o con tener una dirección de hacia el cual avanzar. Eso te hace perseguir algo. En ese sentido me gusta más perseguir que ser perseguido. Ser perseguido puede tener hasta un rasgo de miedo.

Ya has hecho cine en otros países y con directores reconocidos en todo el mundo. ¿Qué persigues en tu carrera en este momento?
Francamente lo único que me mueve es eso, actuar. Es cierto que los actores siempre estamos a la espera de una nueva historia. Más allá de buscar trascender o de buscar fama o lo que sea, lo más importante de todo es actuar y, en ese sentido, encontrar siempre una historia que te proponga una interpretación y que te permita jugar en ese plano. Mi trabajo con Beto siempre ha sido con ese sentido. Beto es alguien que propone un juego en el sentido del personaje. Un buen director te da un  planteamiento sólido para que tú te puedas desplazar, es la zona en la que encuentras el gozo de estar interpretando esos roles. Entonces, es lo que siempre esperamos: la siguiente historia, el siguiente personaje. Te preguntas, “¿cuál será?” Esa interrogante es lo que te permite salir hacia adelante.

¿Las figuras que has interpretado te han dejado alguna lección acerca del poder?
No. El trabajo del actor siempre está en el set y ahí lo dejas. Te vas a tu casa y vuelves a la normalidad. Al día siguiente regresas al set y vuelves a ubicarte dentro de lo que el personaje te propone. Pienso en los roles que me han tocado como una invitación al juego y a la interpretación. Y los actores tenemos algo que nos “protege” en esa interacción entre personaje y vida propia. Quiero decir; nuestra vida propia es una muy común, elemental y básica, como la de todos, y es otra vida la que el personaje te invita a tener. Pero siempre hay una limitación precisa de aquí empieza mi vida y aquí termina la del personaje.

¿Es fácil hacer esa separación?
Es un poco como un futbolista. Dentro de la cancha juega con la pelota y suda durante 90 minutos. Termina el partido y se va a su casa. Posiblemente en su casa tiene un balón para hacer algunas piruetas y dominadas, pero su juego terminó y empezó dentro de ese rango: de un partido contra un contrincante, con reglas y donde él da absolutamente lo más que puede. En ese sentido los actores tendríamos que ser igual, entender que hay una delimitación de un espacio donde juegas con reglas,  entusiasmo y absoluta pasión. Luego se termina y tienes que irte a casa a hacer la cena.