La Obra Maestra Cine: ‘2001: Odisea del Espacio’


A Space Odyssey puede ser considerada la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos, pero en abril de 1968, ni siquiera fue la mejor del mes. El honor lo recibió otra película de astronautas homínidos, Planet Of The Apes, un filme más accesible y menos técnico.

Mientras que los críticos escribieron todo tipo de monerías sobre Charlton Heston, el drama espacial de Stanley Kubrick recibió lo peor de sus plumas. Condenaron su ritmo lánguido, su larga duración y hasta su monolito misterioso. «¿Por qué no le gusta mi película a Pauline Kael?», preguntaba Kubrick a su equipo de marketing. La reverenciada crítica del New Yorker había calificado la mirada determinista del filme como “un arrebato”. 

Lo que Kael y sus colegas no podían saber era que la película de viajes en el tiempo de Kubrick viajaría en el tiempo de una manera gloriosa. Sigue siendo una experiencia desconcertante y cerebral, pero con cada año que pasa, brilla con nueva relevancia: sólo tienes que ver Interstellar de Christopher Nolan para notar su evidente deuda con 2001, desde su teseracto hasta su final oblicuo; Contact, de Robert Zemeckis, o Ex Machina, de Alex Garland para sentir su influencia colándose por los poros cinematográficos. Su uso de modelos, trucos de fotografía, efectos de cámara y esa famosa escena del hueso a la estación espacial provocaron una nueva oleada de directores como Ridley Scott y George Lucas. Sin ella, no habría Star Wars. Fue, simplemente, un gran paso para el cine. 

Un tríptico de historias entretejidas, unificadas por tres cameos del monolito alienígena y acompañada por la suntuosa orquestación de Strauss y los tonos discordantes de Ligeti, la ciencia ficción de Kubrick estaba tallada en los huesos del relato corto de The Sentinel, de Arthur C. Clarke. Hizo que el escritor viajara de su casa en Sri Lanka y se metiera en el desvencijado hotel Chelsea, en Nueva York, para transformar la parte central de la historia en una metáfora de la evolución humana alrededor de la cual se sostendría la trama, sea cual fuese. Cuando el presidente de MGM, Robert O’Brien, le advirtió a la ávida prensa que no era 2una película épica del espacio del tipo de Buck Rogers2, no bromeaba. Lo más cercano que ofrecía a un secuaz era una supercomputadora que, sin provocación, se había embarcado en una ola de asesinatos.

Pero HAL 9000, la computadora a bordo del Discovery One y auxiliar de los astronautas Frank Poole (Gary Lockwood) y Dave Bowman (Keir Dullea) en su misión siguiendo al monolito rumbo a Júpiter, resultó ser mucho más que una inteligencia artificial con una falla técnica. Como villano, está al tú por tú con cualquier otro villano del cine, primero asesinando astutamente al científico de a bordo, y depués tendiéndole una trampa a los otros dos miembros de la tripulación para que salgan, uno a uno, a reparar una falla inexistente —sólo para sucumbir ante una de las mayores cualidades humanas, la arrogancia—.

Inesperadamente, Bowman logra regresar por el ducto de aire sin su casco y le da un giro a las cosas. El final de HAL llega a ritmo de Daisy Bell (A Bicycle Built For Two), con la canción languideciendo mientras se desvanece hacia el infinito. Aún para un malvado montón de cables y chips de silicón, resulta extrañamente triste.

Si la autoconsciencia de HAL es un poco más escalofriante con cada logro en el rubro de la inteligencia artificial, las premoniciones de Kubrick en otras áreas son igual de sorprendentes. Cuenta la leyenda que para protegerse de los golpes durante la producción, apostó que se descubriría vida extraterrestre. Si hubiera apostado también al nacimiento de los viajes espaciales comerciales, la robótica sofisticada y las videoconferencias —todos mostrados aquí—, habría cubierto parte del presupuesto de 10.5 millones de dólares de MGM. La única forma de imaginar cómo esta película de casi 50 años podría haber sido más profética es que hubiera puesto a Squirtle en el monolito. 

El rodaje en sí tomó 20 largos meses, con los efectos visuales requiriendo casi dos años y 6.5 millones. Será un crédito eterno de MGM, un estudio conocido por apostar en grande por obras épicas como Ben-Hur y Gone With The Windque le diera al director control total, aún cuando el presupuesto se multiplicó. «Una gran parte del crédito debe ser de Robert O’Brien», dijo Kubrick después, «pues tuvo la fe para permitirme perseverar en lo que debió parecer, a veces, una tarea sin final a la vista». Solamente el set del «Discovery One» costó 750 mil dólares.

No obstante, el final justificó los medios. La película es una experiencia visual como ninguna otra, un filme para sumergirse, darle vueltas en la mente y entablar discusiones. Aunque inicialmente las audiencias lo rechazaron (como generalmente pasó con las películas de Kubrick), ganó vida como un pasón —un hecho aprovechado por los mercadólogos, quienes la llamaron «el mejor viaje de todos»—.

Un estado alterado no habría afectado para encontrar la luz en su final elíptico. Tal vez el viaje de Bowman a través de la Puerta Estelar hacia el renacimiento no necesite ser comprendido. Refrescantemente, he aquí una película con muchas más preguntas que respuestas. Tal vez Kubrick, como ese maldito monolito, nos esté guiando por una odisea sin destino.