Obra Maestra Cine: ‘2001: A Space Odyssey’

La ambiciosa visión de Stanley Kubrick para 2001: A Space Odyssey resultó en un viajesote cortesía de su gran genio.

Por Phil De Semlyen

2001: A Space Odyssey puede ser considerada la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. Pero en abril de 1968 ni siquiera fue la mejor del mes. El honor lo recibió otra película de astronautas homínidos, Planet of the Apes, un filme más accesible y menos técnico.

Mientras que los críticos escribieron todo tipo de monerías sobre Charlton Heston, el drama espacial de Stanley Kubrick recibió lo peor de sus plumas. Condenaron su ritmo lánguido, su larga duración y hasta su monolito misterioso.

“¿Por qué no le gusta mi película a Pauline Kael?”, preguntaba Kubrick a su equipo de marketing. La reverenciada crítica del New Yorker hablaba del filme como “un arrebato”.

Lo que Kael y sus colegas no podían saber era que la película de viajes en el tiempo de Kubrick viajaría de una manera gloriosa. Sigue siendo una experiencia desconcertante y cerebral, pero con cada año que pasa, brilla con nueva relevancia: sólo tienes que ver Interstellar, de Christopher Nolan, para notar su evidente deuda con 2001: A Space Oydssey, desde su teseracto hasta su final oblicuo; Contact, de Robert Zemeckis, o Ex Machina, de Alex Garland, para sentir su influencia colándose por los poros.

Su uso de modelos y trucos de fotografía provocaron una nueva oleada de directores como Ridley Scott y George Lucas. Sin ella, no habría Star Wars. Punto.

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‘2001: A Space Odyssey’ (1968). Cortesía de Metro-Goldwyn-Mayer.

Un tríptico de historias entretejidas, unificadas por tres cameos del monolito alienígena y acompañada por la suntuosa orquestación de Strauss y los tonos discordantes de Ligeti, la ciencia ficción de Kubrick estaba tallada en los huesos del relato corto The Sentinel, de Arthur C. Clarke.

Hizo que el escritor viajara de su casa en Sri Lanka y se metiera en el desvencijado hotel Chelsea, en Nueva York, para transformar la parte central de la historia en una metáfora de la evolución humana alrededor de la cual se sostendría la trama, sea cual fuese.

HAL 9000, la computadora a bordo del Discovery One y auxiliar de los astronautas Frank Poole (Gary Lockwood) y Dave Bowman (Keir Dullea), en su misión siguiendo al monolito rumbo a Júpiter, resultó ser mucho más que una inteligencia artificial con una falla técnica. Como villano, está al tú por tú con cualquier otro malhechor del cine, primero asesinando astutamente al científico de a bordo y, después, tendiéndole una trampa a los otros dos miembros de la tripulación para que salgan, uno a uno, a reparar una falla inexistente —sólo para sucumbir ante una de las mayores cualidades humanas, la arrogancia—.

De súbito, Bowman logra regresar por el ducto de aire sin su casco y le da un giro a las cosas. El final de HAL llega a ritmo de Daisy Bell (A Bicycle Built For Two), con la canción languideciendo mientras se desvanece hacia el infinito. Incluso para un malvado montón de cables y chips, resulta extrañamente triste.

Si la autoconciencia de HAL es un poco más escalofriante con cada logro en el rubro de la inteligencia artificial, las premoniciones de Kubrick en otras áreas son igual de sorprendentes.

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‘2001: A Space Odyssey’ (1968). Cortesía de Metro-Goldwyn-Mayer.

 

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Cuenta la leyenda que durante el tiempo de producción, apostó que se descubriría vida extraterrestre. Si hubiera apostado también al nacimiento de los viajes espaciales comerciales, a la robótica sofisticada y a las videoconferencias —todos aquí—, habría cubierto el presupuesto de 10.5 millones de dólares de MGM.

La única forma de imaginar cómo esta película de casi 50 años de antigüedad podría haber sido más profética es que hubiera puesto a Squirtle en el monolito.

El rodaje en sí, tomó 20 largos meses, con los efectos visuales requiriendo casi dos años y 6.5 millones de dólares. Será un crédito eterno de MGM, un estudio conocido por apostar en grande por obras épicas como Ben-Hur y Gone With The Wind, que le diera al director control total, aún cuando el presupuesto se multiplicó.

“Una gran parte del crédito debe ser de Robert O’Brien”, dijo Kubrick, “pues tuvo la fe para permitirme perseverar en lo que debió parecer, a veces, una tarea sin final a la vista”. Solamente el set del Discovery One costó 750 mil dólares.

No obstante, el final justificó los medios. 2001: A Space Odyssey es una película con muchas más preguntas que respuestas, una experiencia visual como ninguna otra, un filme para sumergirse, darle vueltas en la mente y entablar discusiones propias.

Aunque en un inicio las audiencias la rechazaron, fue adquiriendo vida como una buena pacheca —un hecho aprovechado por mercadólogos, quienes la llamaron “el mejor viaje de todos”—.

Un estado alterado sólo podría ayudar a encontrar la luz en su final elíptico. Tal vez el viaje de Bowman hacia el renacimiento no necesite ser comprendido.

Quizá Kubrick, como el maldito monolito, nos guía por una odisea sin destino.

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