‘Transit’ (2018): memoria de migrantes y refugiados

En Transit (Alemania-Francia, 2018), de Christian Petzold, un hombre asume la identidad de un escritor muerto para escapar de la ocupación nazi. En el camino, se enamora de la esposa del escritor, quien sigue en busca de su marido.

Por Julio César Durán

Christian Petzold es uno de los cineastas germanos con mayor proyección internacional en el panorama fílmico contemporáneo. Como uno de los representantes de la llamada “Berliner Schule”, se ha ganado un lugar significativo como autor, sobre todo por la intensidad de lo que implican las historias que gusta contar.

Hasta ahora, la filmografía de larga duración de Petzold se compone de 12 títulos, cuatro de ellos realizados para la televisión y otros tantos escritos a cuatro manos con su maestro, Harun Farocki. Para el más reciente largometraje, titulado Transit (En tránsito) y dedicado al fallecido mentor, Christian Petzold retoma la novela homónima de Anna Seghers publicada en 1944, desde la cual se retrata una serie de situaciones hoy en la mira (para bien o para mal) de todo el mundo: la migración.

Con una veta claramente política, quizá influencia del subversivo Farocki, la película de Petzold relata una acción específica. Aquí veremos las intenciones de un grupo de refugiados por salir de una Francia militarizada, totalitaria, en plena ocupación nazi, que está asfixiando no sólo a los pobladores locales sino a los refugiados (austriacos y alemanes) que van de paso por Marsella.

El protagonista es un refugiado más, de bajo perfil, que con los documentos de un escritor que fue asesinado, asume su identidad y logra eludir al estado policial, para intentar escapar a Estados Unidos o a México. El título es claro, Marsella sí es un lugar de tránsito para múltiples personas, pero además es un lugar vigilado y lleno de desesperanza.

 

Hasta aquí, la de Transit suena a una historia más o menos convencional, quizá una Casablanca del siglo XXI, donde una serie de personajes se encontrarán y desencontrarán en un lugar donde pueden obtener su libertad o perderlo todo en un segundo. Sin embargo, también hay dos juegos de estilo por parte del cineasta.

El primer elemento estilístico es la anacronía del largometraje. No obstante estar situado en pleno crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial, todo se desarrolla en y desde el mundo actual. Es decir que los espacios, los vehículos, todo lo que usan los personajes, está armado desde el presente, siempre refiriéndose a un pasado que pensamos lejano pero que, dadas las condiciones del mundo, es vigente. El otro elemento es el intento por acercarse a una narrativa que ocurra siempre en los pensamientos del protagonista, desde su memoria y desde su punto de vista un tanto literario. 

Con estas dos características, Petzold construye un significado más allá de los dramas sentimentales de los protagonistas, que trasciende las tragedias de cada refugiado (el médico, la esposa del escritor, la familia de medio oriente, los franceses aterrados por la ocupación), y también más allá de la mera rememoración de un momento histórico. Transit logra equilibrar el ejercicio estético con la fuerza de su narración, vuelve a hablar de fascismo en un momento en el que las políticas de derecha ganan terreno en Europa y en América, al tiempo que, como bien reza “Road to Nowhere” (la canción de los Talking Heads que cierra la película): Well, we know where we’re goin’.

But we don’t know where we’ve been; como si el periplo del migrante y las guerras fueran olvidadas, para que los totalitarismos se alcen como un mal cíclico del cual no podemos escapar.

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