‘Star Wars’: A 20 años de ‘The Phantom Menace’

Cuando tenía nueve años, Star Wars Episode I: The Phantom Menace estaba por todos lados. Eso era decir bastante en 1999, cuando no había redes sociales y mucho menos YouTube. Darth Maul (Ray Park) y los jóvenes Obi-Wan (Ewan McGregor) y Padmé Amidala (Natalie Portman) invadían desde revistas a comerciales de pollo frito y cajas de cereal.

Podía entender ese nivel de hype. Dos años antes había sido el reestreno de la trilogía original remasterizada. Mis padres me llevaron a ver las tres películas, y desde que el Destructor estelar devoró la pantalla en persecución de la Tantive IV, al inicio de A New Hope, fui atrapado por la magia de la lejana galaxia. Fueron mis primeros pasos hacia un mundo más grande de figuras de acción, sables láser de juguete, y las películas en VHS para verlas una y otra vez. Entendía por qué tanto niños, como adultos en sus treinta o cuarenta, estaban emocionadísimos por el estreno del famoso Episodio I, que revelaría el pasado de Darth Vader.

Recuerdo el día que vi The Phantom Menace. Al salir de la película, mis padres nos llevaron a mi hermana y a mí por pizza, y en mi mente seguía repasando con emoción lo que acababa de ver. El héroe, Anakin Skywalker (Jake Lloyd), tenía mi edad pero con su instintivo uso de la Fuerza había ganado la espectacular carrera de podracers. Había presenciado a los Jedi en su cumbre, y los duelos de la película me habían hipnotizado. Sentía que no podía esperar tres años para la secuela, entonces sin título.

Escribo estas líneas veinte años después (con casi treinta de edad), y todo indicador de ese entusiasmo parece haber sido sólo un sueño. The Phantom Menace es hoy considerada casi universalmente como una de las peores (si no es que la peor) película de Star Wars. Los fans, en una clavadez más poderosa que Yoda, incluso han ideado maneras de ver la saga completa y excluir Episode I por su discutible insulsez narrativa (el famoso “Orden Machete”). Para bien o mal, con Lucasfilm y Star Wars ahora en manos de The Walt Disney Company desde 2012, el fantasma de esas críticas parece acompañar a la saga hasta nuestros días.

A la distancia, yo mismo he hecho a un lado mi nostalgia infantil para reconocer, con la mirada clínica (¿o cínica?) de quien se dedica a ver películas, que Episode I tiene sus serias fallas. Pero entre tanto repudio (y con una fanaticada a veces francamente tóxica), cabe preguntarnos si no hemos sido demasiado duros, para dejar que las fallas opaquen un legado que no es en absoluto despreciable.

 

The Phantom Menace: Una nueva esperanza

La estresante experiencia de filmar la original Star Wars (ahora A New Hope) de 1977 fue tan desagradable para George Lucas, que desde entonces evitó regresar a la silla de director (The Cine Strikes Back y Return of the Jedi fueron dirigidas por Irvin Kershner y Richard Marquand, respectivamente). Lucas ofreció a Robert Zemeckis (Back to the Future), Ron Howard (Apollo 13) y hasta a Steven Spielberg dirigir The Phantom Menace, pero todos le respondieron igual: que él mismo era el único que podría hacerlo.

De todas formas, Lucas había decidido que los avances tecnológicos de la época por fin eran aptos para llevar a cabo lo que tenía en mente para Star Wars. Dos años de que Peter Jackson y los ejércitos de Mordor nos volarán la cabeza en The Lord of the Rings, The Phantom Menace empujaba los límites de lo que era posible con las imágenes generadas por computadora. Desde naves cromadas de Naboo, a alienígenas chatarreros voladores y las extremas carreras de podracers, todo era posible.

En varios sentidos, y de la misma forma en que las innovaciones de A New Hope abrieron millones de puertas en el cine de los ochenta, mucho de lo que hoy vemos en cualquier blockbuster de verano sería imposible si Lucas no hubiera producido sus espectaculares persecuciones submarinas, o su batalla campal entre los Gungans y un ejército de droides animados digitalmente.

Incluso en el aspecto narrativo, al que se dirigen gran parte de sus críticas, George Lucas tuvo aciertos con Episode I. La subtrama política sin duda pudo ejecutarse con mejor ritmo y estructura, pero la existencia de una Federación de comercio y un Senado Galáctico en el que participan cientos de especies alienígenas, fue un gran paso para ampliar la mitología de la saga. Por fin se consolidó este mundo como una auténtica Galaxia con más de un puñado de planetas.

Por vía de Natalie Portman, la cinta también nos brindó una heroína a la altura de las circunstancias y de su predecesora, la princesa Leia de Carrie Fisher. Antes de ser reducida a un accesorio en el curso de los dos episodios siguientes, Padmé Amidala fue una jovencísima senadora que no temía tomar los asuntos en sus manos, y ensuciárselas si era necesario, con o sin caballeros Jedi a su lado.

Y hablando de estos, The Phantom Menace también amplió nuestros conocimientos de la Orden Jedi, extinta y apenas mencionada en la trilogía original como un mito de antaño. ¿Era necesaria la explicación de los midiclorianos para el misticismo de la Fuerza? No, y es uno de los aspectos más criticados de la cinta. Pero presenciar a dos Jedi en su cumbre, elevó los estándares de lo que puede ser una secuencia de combate en el cine. Lo digo y lo mantengo aún hoy: el de Obi-Wan (Ewan McGregor) y Qui-Gon (Liam Neeson) contra Darth Maul (Ray Park) es el mejor duelo Jedi que ha dado la saga, musicalizado por uno de sus más grandes temas: Duel of the Fates de John Williams.

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‘Star Wars Episode I: The Phantom Menace’ (1999). Lucasfilm.

Sí, quedaron otras grandes fallas argumentales, sobre todo cuando Lucas concluyó la trilogía de precuelas, y la historia conjunta de éstas no encajaba del todo con las películas originales (¿cómo es que Leia puede recordar a su madre, si ésta murió en el parto?). Pero por sí sola, está claro que para el público al que iba dirigida (niños de doce años, según el propio director), se trataba de una película emocionante y visualmente espectacular como ninguna que se hubiera visto hasta entonces.

Los fans adultos no quedaron encantados con Jar Jar Binks (Ahmed Best), el torpe guerrero Gungan acusado de perpetuar estereotipos racistas. Lo mismo sucedió con el pequeño Anakin Skywalker (Jake Lloyd), cuya actuación fue duramente criticada (aunque si somos justos, se sabe que Lucas no dirigía a sus actores).

Las duras críticas de quienes declararon sus “infancias destruidas” por The Phantom Menace, orillaron a ambos intérpretes a sitios más sombríos que el Lado Oscuro de la Fuerza. Ese es el “otro legado” que ha dejado Episode I en la franquicia galáctica.

 

La sombra del Imperio

Si Jaws de 1975 definió lo que hoy conocemos como blockbuster, Star Wars fue el inicio de las olas de marketing accesorias. Figuritas de acción y especiales navideños garantizaron que Luke y compañía fueran integrales para miles de infancias a partir de los setenta y ochenta. No hace falta decir la clase de fenómeno de la cultura pop que es todavía hoy. El hecho de que exista un Star Wars Day cada 4 de mayo, además de una Star Wars Celebration anual, es prueba suficiente.

En otras palabras, Star Wars es, para muchos, algo así como el corazoncito de sus niños interiores. Lo cual es perfectamente válido, hasta que esos niños comienzan con berrinches que pueden lastimar a otros.

The Phantom Menace y sus secuelas son consideradas como irregulares, inferiores a sus predecesoras. Una crítica saludable destacará sus virtudes y defectos, contrastará el espectáculo visual contra los huecos en el guión, sus proezas en apartados como la música o el diseño de producción contra sus acartonados diálogos. Y entonces la apreciará como una parte integral – si acaso imperfecta – de la saga.

Pero también existen quienes desprecian abiertamente la trilogía de precuelas, acusándolas de sacrilegio contra sus sagrados recuerdos infantiles. Con la conclusión de Revenge of the Sith en 2005, ésta fue la idea predominante que dejó la visión de George Lucas. Nadie volvería a tocar Star Wars en el cine por casi una década.

Entonces Mickey Mouse compró Lucasfilm por 4 mil millones de dólares en 2012, para continuar la saga en Episode VII. El fantasma de los fans parece regir cada nueva entrega bajo el paraguas Disney, pues a todas luces, The Force Awakens es casi un remake de A New Hope. En otras palabras: el estudio fue a la segura, y no se ha desviado mucho desde entonces. De hecho, los pocos riesgos han sido duramente penados por la comunidad warsie.

Los spin-offs de A Star Wars Story, Rogue One y Solo, fueron en esencia largometrajes dedicados al fan service, que rellenan los huecos de historias ya conocidas. A pesar de sus virtudes (que no son pocas), el octavo episodio, The Last Jedi, ha sido tildada como lo peor que le ha sucedido a la saga. “Fan fiction escrito por una banda de niños idiotas”, declara Vito Gesualdi:

 

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Todo porque Rian Johnson y compañía no complacieron las expectativas generadas por años de novelas, videojuegos y cómics del antiguo Universo Expandido. Y mejor ni meternos con el acoso que sufrió Kelly Marie Tran en redes sociales (spoiler: es bastante tóxico).

El mismo presidente de Walt Disney Studios, Alan Horn, ha tenido que salir a prometer que el noveno episodio, The Rise of Skywalker, “ganará de vuelta a lo fans”.

Es innegable que éste es sólo el Lado Oscuro de la fanaticada, quienes han sucumbido al miedo de ver “sus infancias arruinadas”. Olvidan que el miedo conduce a la ira, la ira conduce al odio, y éste conduce al sufrimiento. Que es sólo otro nombre para los gritos al vacío en redes sociales y peticiones absurdas en Change.org.

También hay un Lado Luminoso, cuyos practicantes pueden entrar a una sala y disfrutar cada nueva aventura galáctica por lo que es, con sus virtudes y aspectos criticables. Veteranos Jedi con la sabiduría para dejarse arrastrar de vuelta a la edad de la inocencia por el icónico tema de John Williams. Star Wars es, y siempre ha sido, una ópera espacial para niños. No la tomemos tan en serio.