‘Narcos’:Temporada dos


Los acontecimientos en la vida de Pablo Escobar están bien documentados.Tampoco es que Netflix los haya tratado de esconder—salpicando los eventos del desenlace de esta serie en su publicidad. Pero por lo menos considera los eventos históricos— y muy frecuentemente eventos históricos dramatizados son spoilers. Así que si no sabes la historia de este famoso narcotráficante colombiano, este es el momento de dejar de leer. 

Pablo Escobar muere al final de la segunda temporada. Esto está escrito en piedra, simplemente porque si en los primeros diez episodios nos llevaron de sus inicios humildes como traficante que se vuelve rastreador de cocaína a finales de los setentas y hace un escape de la ridículamente lujosa prisión de La Catedral en 1992, eso nos deja solo 15 meses de tiempo antes de su muerte. No se sabe al cien por ciento quién fue el que disparo la bala que terminó con su vida—los más cercanos a él insisten que fue suicidio —así que por lo menos eso nos mantendrá en suspenso.

Netflix y los creadores de la serie han anunciado recientemente que siguen planeando una tercera temporada—citando un Homeland sin Damian Lewis como ejemplo de cómo podría seguir la serie. Y por supuesto, el apetito del mundo por la exportación más lucrativa de Colombia no se agotó a mitad de los noventa. Pero aún si ignoramos el hecho de que los narcos que tomaron el control del negocio de drogas eran personajes mucho menos interesantes —heredando solo la crueldad y ninguna de las posturas filantrópicas o la habilidad de manipular a las personas— parece poco probable, con los últimos episodios como evidencia, que Narcos sea igual de convincente sin Wagner Moura como Pablo Escobar.

Desde que empieza la segunda temporada, cuando, en lo profundo de la jungla, se deambula lentamente hacia y después a través de un contingente fuertemente armado del ejercito colombiano que tiene las ordenes de capturarlo —“No puedo permitir que eso pase, lo siento. Con permiso,” les dice simplemente—se apodera de todas las escenas en las que aparece.  Una y otra vez, saliendo de su escondite y hacia su toma. Cada mirada,  ya sea hacia un socio cercano o un archienemigo, transmite una aire de amenaza. La potencia de Moura como Escobar es reconocida por los creadores de la serie como su principal fortaleza: ahora recibe mucho más tiempo en escena que los agentes de la DEA, Steve Murphy (Boyd Holbrook) y Javier Peña (Pedro Pascal), quienes se han reducido esencialmente a ser papeles de apoyo, repletos de problemas en sus vidas personales y otros clichés de programa de policías. Con voces fuera de escena, que cada vez se sienten más superfluos, el último—cosa que no sorprende a nadie—confiesa que secretamente se alegra de que el objetivo haya escapado y que, “el zorro se salió de la jaula”,  para que él lo pueda perseguir de nuevo.

La introducción, tres episodios entrados en la segunda temporada del Coronel Horacio Carillo (Maurice Compte) y sus trastornados, ultra violentos métodos de luchar contra Escobar, inicialmente se sentía que sería un contrapunto emocionante a la actuación de Moura, pero nunca dejan que se desarrolle. De manera similar, los arcos de las historias de los nuevos personajes se sienten flojos y predecibles. Muy al principio, una mujer inocente tiene un papel importante en el nuevo método de Escobar para moverse por Medellín si ser detectado. Su patrón le asegura que no hay nada de que preocuparse. Después de pocos segundos, la vemos escondida, temiendo por su vida.

Mientras tanto,  las escenas de políticos discutiendo qué hacer con Escobar y las de otros capos rivales sobre cómo vencer a Escobar, se sienten eternas. Lo anterior dejará en ti una sensación de querer al personaje de nuevo en escena. Y cuando lo hace, ahí es cuando las escenas brillan. Con su llegada a la fama, su intento de llegar a la política y el ataque al Palacio de Justicia ya cubiertos, el único evento importante que falta en la vida de Pablo Escobar es su muerte. Y es algo que ya se estaba tardando.