Ready Or Not (Boda Sangrienta), un híbrido perfecto

Se estrena Ready Or Not (Boda Sangrienta),thriller-comedia-horror que malabarea a la perfección sus géneros fundamentales.

 

Directores: Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett

Actúan: Samara Weaving, Adam Brody, Mark O’Brien, with Henry Czerny and Andie MacDowell

Duración: 95 minutos

★ ★ ★ ★ ☆

 

Sinopsis

Grace (Weaving) se casa con un miembro de la megamillonaria y excéntrica familia Le Domas, donde la tradición dicta que los nuevos miembros del clan formen parte de un ritual extraño. Pero lo que debería ser un simple juego de escondidillas es en realidad uno mortal.

Ready Or Not comienza con un ritmo aterrador —una persecusión con Steadicam a lo largo de corredores de una mansión tétrica— que no cede. La nueva película de Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, dos tercios del grupo cinematográfico Radio Silence mejor conocido por el segmento de horror en primera persona de V/H/S, mezcla Clue y The Most Dangerous Game y le pone una energía oscura y alocada, mucha sangre (del tipo desquiciado en lugar del repulsivo) y sátira y risas inteligentes a expensas de los millonarios estadounidenses.

Con muchos cojones de un giro estelar por parte de Samara Weaving (sobrina de Hugo), es un thriller-comedia-horror que malabarea a la perfección sus géneros fundamentales.

La idea es deliciosa por absurda. Grace (Weaving), una huérfana que creció en hogares de acogida, se va a casar con Alex (O’Brien) y formará parte de la multimillonaria familia Le Domas, cuya fortuna proviene de juegos de mesa.

En su noche de bodas, debe participar en un ritual extraño: cada vez que alguien nuevo se une a la familia, debe jugar un juego a medianoche seleccionado mecánicamente por una aterradora caja antigua.

Aunque la idea no le entusiasma, Grace acepta y la carta seleccionada es un juego de escondidillas, pero lo que no sabe es que eso la convierte en la presa que el resto de la familia debe cazar y asesinar antes del amanecer o ellos morirán.

Lo que siguen son 95 minutos tensos y excelentes. Gillett y Bettinelli-Olpen hacen que Grace pase por todo lo peor, poniéndole a cada escena elementos inusuales (un mesero tonto, una tetera, la Overtura 1812 de Tchaikovsky) y el humor más negro.

Hay distracciones de las cuestiones centrales, y las características del género son subvertidas. Hay mucha sangre, intencional y no, y la película se regodea en la mansión diseñada de una manera muy gótica, con Gillett y Bettinelli-Olpen desarrollando hábilmente variedad e impulso en una sola locación.

Les ayuda la cámara inquieta de Brett Jutkiewicz y la pista sonora propulsiva de Brian Tyler, con ritmos acelerantes y violines estridentes que llevan la acción hacia adelante sin sacrificar el ambiente gótico.

Entre todo esto, Gillett y Bettinelli-Olpen le dedican apenas el tiempo suficiente a delinear las personalidades y dinámica de este loco clan: el patriarca frenético (Czerny), la matriarca severa (macDowell), el hijo de buen corazón (Brody), la tía venenosa (Nicky Guadagni), el hermano inepto (Kristian Bruun) y la hilarante hermana (Melanie Scrofano).

Pero esta película es de Weaving, la sustituto perfecta para la cacería de locos. Incluso antes de que empiece el juego, es una presencia chispeante y atractiva, y cuando comienza la lucha, encapsula perfectamente la ágil alternancia de la película entre comedia e intensidad. Vistiendo un vestido de novia hecho jirones, zapatillas de lona y una bandolera, Grace es un futuro ícono de terror.

Si el filme capta cómo la familia de los demás parece rara comparada con tu experiencia, también ejemplifica la forma en que el poder y el privilegio pervierten. “Ricos de mierda”, dice Grace en cierto momento, y Ready Or Not subraya el sentiiento de una manera enérgica y entretenida. No todos los chistes son atinados, pero la guerra de clases pocas veces había sido tan divertida.

Veredicto

Anclada en un giro sorprendente de Samara Weaving, Ready Or Not conjunta brillantemente la emoción, la sátira, la risa y el horror. No cuentes hasta 100: solo ve a verla.

Por Ian Freer

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