Una serie de eventos desafortunados













‘Una serie de eventos desafortunados’ es justo eso: una serie de eventos desafortunados. En ella, tres personajes van de una increíblemente miserable tragedia a otra debido a que son eternamente perseguidos por un grupo de malévolos en busca de su dinero. Hay engaños, incendios, homicidios, trabajos forzados y muy, muy mala suerte. Por cierto, ¿ya habíamos mencionado que esta serie es para niños?

Como una serie de libros adictivos, escritos por Daniel Handler bajo el seudónimo Lemony Snicket entre 1999 y 2006, la serie mezcla astutamente terror y comedia, advirtiéndole frecuentemente al espectador y recomendándole buscar una forma más alegre de entretenimiento. Una película del 2004 metió los tres primeros libros a la fuerza en una cinta atascada de catástrofes, pero una secuela no pudo ser desarrollada, dejando el  futuro de los huérfanos Baudelaire en la incertidumbre. Ahora, 13 años después, es el turno de Netflix de intentar llevar esta tragedia a la pantalla chica. 

Nos alegra decirles que el resultado aquí es espléndido, lo que en otras palabras significa que les salió re bien. En lugar de darle una pasada a cada libro como lo hizo la película, la serie le dedicó dos episodios completos – durando entre 40 minutos y una hora – a cada tomo escrito. Esto nos da oportunidad de conocer mejor a los niños Baudelaire—Violet (Weissman), Klaus (Hynes) y la bebé Sunny (Smith). Al igual que en los libros, cada uno tiene características especificas (inventa; lee; muerde) y son tanto adorables como precoces, al punto de poder citar a Murakami y a Beckett con naturalidad. En este extraño universo los niños son los únicos capaces de enfrentarse a la oscura realidad de la vida. Todos los adultos que conocen son viles, ineptos o ambos.

Lo que nos lleva al Conde Olaf, uno de los más grandes villanos literarios de los últimos 20 años. Un hombre que ha sido descrito como “un ruin actor y un villano activo” (los actores en su grupo artístico también funcionan como sus esbirros) y cuyo rol en esta serie es glorioso y magistralmente despreciable. En la versión de Jim Carey, Olaf es una exageración que prácticamente canta su malicia a todo pulmón pero aquí, la actuación de Neil Patrick Harris es más sutil. Hay menos ojos saltones y se acentúan las características teatrales del personaje. Con cejas pobladas, una barba de candado, una puntiaguda nariz falsa y disfraces ridículamente exagerados, Harris se la pasa muy bien tratando de ser Lon Chaney. Olaf tiene varios números musicales, (además de la pegajosa y siempre cambiante canción de los créditos, que también canta Harris), un plus al lujo que se da de disfrutar su actividad favorita: los monólogos de villano.  

vía Cine Uk

Y ahí es donde está la fortaleza de la serie. Los libros de Handler se deleitan en juegos de palabras, con una hermosa precisión en el lenguaje. Con un fuerte mensaje pro literatura – el tema de un capítulo es sobre errores gramaticales – es una celebración a la inteligencia sin llegar a sermonear.

El más elocuente y entretenido de todos es Patrick Warburton como el mismo Lemony Snicket, un elegante y lúgubre narrador que entra a escena como un fantasma, pero por la forma que tiene de narrar casi se roba toda la serie. 
Visualmente la serie es una belleza. El director de Men In Black Barry Sonnefeld tenía planeado dirigir la película originalmente; al final dejó a Brad Silberling y prefirió producirla. Y ahora finalmente tuvo la oportunidad, dirigiendo cuatro de los ocho episodios. Es un regreso a su estilo, arreglando su reputación después de la espantosa Nine Lives  del año pasado – bueno, casi. Con extravagantes locaciones como el lago Lacrimosa (un lago tan grande que tiene su propio sistema meteorológico) y el aserradero  Lucky Smells (un espacio de trabajo para leñadores con anuncios de seguridad que dicen cosas como “los lentes de protección no son necesarios si frenan tu trabajo”), los sets a veces son tipo Tim Burton, a veces Wes Anderson, pero siempre fantásticos.

La serie no es perfecta. Algunos episodios pueden sentirse pesados, pero eso es por la naturaleza de la serie – ver a los Baudelaire de un golpe  es como abusar de las caricaturas de el coyote y el correcaminos. Pero es difícil ponerse quisquilloso con una serie hecha con tanto gusto. Estamos seguros que cuando termines el último capítulo, solo vas a estar pensando en la siguiente temporada.