Entrevista FICM – Fernando Frías, director de ‘Ya no estoy aquí’

La primera vez que vemos al protagonista de Ya no estoy aquí, Ulises (Juan Daniel García Treviño), está a punto de irse de Monterrey para trabajar en Nueva York. Usa ropa holgada, la parte posterior de su cabeza está rasurada y sus patillas, largas hasta la barbilla, están teñidas de amarillo. Su novia, la “Chaparra” (Bianca Coral Puernte Valenzuela) va a despedirlo y le entrega un reproductor de música. “Sobres, para que no extrañes tanto”, le dice. “La distancia y la nostalgia, el querer volver a casa” son el eje de la película, nos cuenta su director Fernando Frías.

A lo largo del filme – seleccionado oficial en la categoría de ficción del 17º Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) –, Ulises va y viene entre el norte de México y Estados Unidos. Al sur de la frontera goza de su vida como parte del movimiento contracultural autodenominado Kolombia, distinguido por su amor por la cumbia y hoy prácticamente extinto por culpa del estigma social y la violencia en la región. Al norte, flota a la deriva entre trabajadores de construcción que se burlan de su aspecto, y ciudadanos que no hablan su idioma pero se sienten fascinados por su exotismo. Su “cordón umbilical” con Monterrey es la música en su reproductor: añora volver, pero no tiene más opción que trabajar en el extranjero.

“Esa es la odisea de este Ulises”, nos explica Frías, “y esa es la cuestión que creemos saber sobre la migración: no todos los que están allá quieren estarlo, y entre los migrantes hay diferentes condiciones”.

Ya no estoy aquí, pues, trastoca desde la migración forzada y los choques culturales a la violencia del narco, la Kolombia regia y sus “cholombianos”. Es una ambicioso abanico temático para un largometraje de poco menos de dos horas, y con buena razón.

“La película nace como siete cosas diferentes en mi cabeza”, aclara Fernando Frías, quien recientemente estreno la serie de comedia Los Espookys en HBO. “Siete posibles películas que poco a poco se convierten en una sola, por mi interés de hablar sobre la juventud en situaciones marginales, en un país donde no hay movilidad social y es muy difícil salir de ciertos sectores”.

Todas esas ideas, cuenta el director, comenzaron a dar vueltas en su mente hace varios años, cuando Felipe Calderón aún era presidente de México. “Yo vivía en Nueva York y me llegaba todo esto de los 72 migrantes (la masacre de 2010 en San Fernando, Tamaulipas) o lo de Casino Royale (un atentado en Monterrey perpetrado por Los Zetas en 2011)». Sus propias vivencias como migrante funcionaron como embudo para comenzar a condensar todo en una sola historia. “Tenía mi propia experiencia de irme a Nueva York con esta idea de escapar de México y buscar algo mejor porque me ofrecieron una beca. Entonces te preguntas si eso es verdad, porque origen sólo hay uno”.

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‘Ya no estoy aquí’ (2019). Cortesía Calouma Films.

La cereza del pastel fue la curiosidad por profundizar en la contracultura regiomontana. “Alguna vez vi un artículo en una revista sobre estos chicos, que no me gustó porque los presentaba sólo por su aspecto. Entonces me metí a sus barrios tanto como pude para estudiarlos. Por otro lado, conocí a un antropólogo colombiano, Darío Blanco Arboleda, que había hecho un texto académico increíble sobre lo que significaba la Kolombia regia, lo que me ayudó mucho”.

Así, Ya no estoy aquí condensa en Ulises la vivencia de un movimiento contracultural casi desaparecido, enmarcado por un contexto social de violencia, pobreza y migración. Su protagonista va y viene entre dos mundos, en una trama que, como él, pareciera no tener del todo un rumbo claro.

“Creo que la historia es sólo un pretexto”, expone Fernando Frías. “Para mí, el cine es más que sólo contar historias, es también mostrar formas de ver la vida y, en ese sentido, es difícil para mí hablar de un eje narrativo de la película, pues se construye como un rompecabezas. Tal como cuando armas uno, tienes las piezas pero no sabes bien qué figura es, y al final quizá te das cuenta de que faltan piezas”.

Frías es particularmente cuidadoso de no caer en la explotación o lo que él llama “pornomiseria”, en particular dado que trabajó con actores no profesionales que residen en la propia región.

“Creo que hay una diferencia entre la autenticidad y el realismo, y me parece que la literatura mexicana en este momento ha hecho una gran representación auténtica de la situación del país”, plantea Fernando Frías. “Ahí están La fila india de Antonio Ortuño, Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, Las tierras arrasadas de Emiliano Monge. Son historias con un gran peso de violencia que se siente auténtico. Quizá no son del todo realistas, pues usan otros mecanismos narrativos para darles ese peso”.

“Pero para mí, en el cine que he visto sobre las historias de violencia, y que suele ser muy celebrado a nivel internacional, la gente no está actuando, sino que está siendo utilizada”, contrasta el cineasta. “Es algo que me incomoda, pues no sé si están conscientes de lo que están haciendo. Tal vez la intención de denuncia sea buena, pero a veces creo que no hay que subirle el volumen a ciertas cosas”. Para el director era importante tener mucho respeto de las experiencias que compartieron con él sus actores, mismas que tomó como aportes para la película final. 

“Desde mi punto de vista”, afirma, “una forma de compensar y no explotar esta violencia, es la música, el colorido, las formas en que viven y bailan, lo maravilloso de su lenguaje. Creo que era más una cuestión de retratarlos siendo felices y jóvenes”.

Sin embargo, adentrarse en el mundo retratado en Ya no estoy aquí no fue nada fácil para el director, quien demoró mucho más en la preproducción (seis meses) que en el rodaje mismo (aproximadamente seis semanas). Refiere que tuvo que apoyarse en los locales, desde taxistas a aficionados del futbol regio, además de redes sociales, para dar con los remanentes de esta contracultura. Y ni así fue fácil.

“Cuando intenté ir solo a los bailes fue muy difícil, porque todo es a nivel pandilla”, nos cuenta. “Si no te conocen, no pasas”.

Entrar al mundo de la Kolombia regia fue un proceso laborioso, pero el director espera que el público logre entender la experiencia de quienes se ven forzados a desplazarse. “Ojalá puedan, de una forma no racional, quedarse con la sensación de la cumbia rebajada, lenta y nostálgica, que es una metáfora de la juventud interrumpida. El no querer que termine la canción, porque si se acaba, no sé qué será de mí”.

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