Obra maestra Cine: ‘Santo y Blue Demon en el mundo de los muertos’

Revisamos una de las joyas más atípicas en la filmografía de “El Enmascarado de Plata”: Santo y Blue Demon en el mundo de los muertos.

Por Jesús Chavarría

Bien decía la canción de Botellita de Jerez: “Hay hombres que luchan un día y son buenos, hay hombres que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero los hay que luchan todos los domingos, esos son los chidos”, y el máximo representante de todos ellos, Rodolfo Guzmán Huerta “El Enmascarado de Plata”, se lanzó en plancha desde el cuadrilátero para conquistar el cine y las historietas aplicando “la de a caballo” —llave que hizo suya, pero que fue creada por Gori Guerrero—, con un vestuario que implicaba mallas y capa, y con un convertible Valiant Plymouth como vehículo. 

Sin embargo, por encima de todo eso hubo algo que terminó por redondear el concepto del personaje y provocó que se arraigara en lo más profundo de la cultura popular mexicana, despertando en el público más que el simple gusto. Y es que desde su nombre mismo ya era una peculiar interpretación de la fe, “Santo” un luchador y aventurero, al que así como se le podía ver en la pantalla grande o la televisión derrotar criaturas malignas y usando hasta la llave de cruz del auto como símbolo religioso, también se le veía postrarse ante un altar de la Virgen de Guadalupe antes de subir al ring para enfrentar a los más rudísimos rivales. 

Las connotaciones religiosas son inherentes, pero hay una película en la que alcanzan los más disparatados niveles. Nos referimos a Santo y Blue Demon en el mundo de los muertos, que fue dirigida por Gilberto Martinez Solares, y vaya que es una curiosidad. 

Escrita por Rafael García Travesi y Jesús Sotomayor Martínez, la historia transcurre a dos tiempos: el México Colonial de 1676 y el de la década de 1970. De entrada vemos cómo, quien es conocido como el Caballero Plateado, asiste a la ejecución de una bruja de cuya captura es responsable, en un macabro evento presidido por los altos representantes de la Santa Inquisición. 

Así es, nada más extravagante que ver al antepasado del legendario Santo vestido como para representación teatral de Don Juan Tenorio: con capa, botas, florete y, por supuesto, su respectiva máscara. Pero lo más llamativo e interesante es la abierta militancia del héroe dentro de las filas de una de las instituciones más oscuras y polémicas de la iglesia católica, algo que, según la trama, también hacía el Caballero Azul, hasta que por desgracia se dejó seducir por el lado del mal y se pasó a las huestes infernales. 

Lo primero, sin duda, es el claro reflejo de una visión religiosa conservadora, y lo segundo, una muy adecuada forma de aprovechar la naturaleza del personaje de Blue Demon, quien viste como el paladín caído en desgracia, y cuya aparición además funciona como una especie de crossover. Sin saberlo, esta colaboración colocó la película como una pieza clave en la consolidación de lo que hoy se denominaría como un universo expandido… sólo que para el cine de luchadores, hace casi cincuenta años —¡tomen eso DC y Marvel!—. 

A lo anterior hay que agregar un juego dramático que sirve bien para acentuar las conexiones entre pasado y presente, pues los actores —entre ellos Pilar Pellicer, Carlos León y Guillermo Álvarez Bianchi— llevan un doble papel; interpretan tanto a los implicados en la mencionada ejecución, como a sus descendientes que serán alcanzados por la maldición de la vengativa servidora del demonio.

 

Es de ahí que parte todo el conflicto, pues “El Enmascarado de Plata” de la actualidad hará hasta lo imposible por salvar a su chica, y a él mismo, de tan terrible sentencia. Por ello lo vemos enfrentarse con los peligrosos ataques de los enviados del infierno —incluyendo a su viejo aliado el Caballero Azul—, tanto abajo como arriba del ring, en una serie de secuencias con coreografías repetitivas y descuidadas. Incluso atestiguamos cómo es apuñalado en el pecho durante una función de lucha libre, lo que por cierto dio pie para que se incluyera en el metraje material de archivo de una operación a corazón abierto real, dotándole así de un tono choqueante muy cercano al gore

Por supuesto los objetos sagrados son una presencia constante y de nueva cuenta se convierten en armas letales; como en la escena en que, para ahuyentar a los enviados de la bruja, el  protagonista toma una cruz de madera que cuelga decorando la pared, amén de que el sacerdote descendiente de uno de los inquisidores se convierte en su más cercano colaborador durante la aventura que le llevará a internarse en el mundo de los muertos, en una especie de versión pesadillezca y disparatada de las visiones del inframundo de la película Macario. Es ahí en donde recibirá la ayuda de Blue Demon cuando todo parece perdido, de esta forma su colega encuentra la redención y salva su alma. 

Es cierto que las incongruencias están a la orden del día, así como una serie de lugares comunes propios del cine de luchadores, pero es de llamar la atención cómo al acomodar todo dentro de una trama de aventuras con aspiraciones de terror y un contexto religioso —que es más que adecuado para la travesía—, redunda de forma involuntaria en un discurso evangelizador recalcitrante, que al mismo tiempo redimensiona a Santo y a Blue Demon, enriqueciendo sus roles acostumbrados dentro de una obra de insólito sincretismo.

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