Obras maestras de Cine: ‘Breakfast at Tiffany’s’

Revisamos Breakfast at Tiffany’s (1961), Blake Edwards, una obra maestra del noveno arte que no debe faltar en tu colección de películas.

Cuando uno se asume como es resulta muy difícil que otorgue concesiones cuando de los demás se trata. Incluso esa idea de la otredad palidece ante la propia y excepcional existencia como “espíritu libre y salvaje”.

Por Anaid Ramírez

Hay días depresivos, “cuando engordas o llueve mucho. Te pones triste y eso es todo”. Pero si estás en un día rojo, ahí sí ten cuidado: “Son horribles. De repente uno tiene miedo y no sabe por qué”, explica la protagonista de Breakfast at Tiffany’s, la icónica Holly Golightly de Audrey Hepburn.

Es por eso que, en la escena de apertura de dicha cinta, ves a la socialité tomando café y comiendo un pan danés frente a las vitrinas de Tiffany’s. Minutos más tarde, ya en su departamento, la chica le cuenta a su nuevo vecino, el escritor y gigoló Paul Varjak (George Peppard) la razón por la que la famosa joyería de la 5th Avenue de Nueva York es su aliciente para los días rojos: “Me calma los nervios. Es tan silencioso y soberbio. Allí no puede ocurrir nada malo”.

El director Blake Edwards te introduce así en la vida de Holly, una chica que “no le pertenece a nadie”, “un espíritu libre y salvaje”; una mujer que salió del puño y letra del periodista Truman Capote en 1958, casi 10 años antes de que éste publicara su célebre A sangre fría (1966).

El autor se dio su tiempo para estar al tanto de lo que ocurría con la versión cinematográfica de su novela. La actriz en la que de inmediato pensó para encarnar a su protagonista fue Marilyn Monroe, pero ella desistió ante el comentario de su consejera y act coaching Paula Strasberg, quien le dijo que no debería “interpretar a una dama de la noche”.

Y es que Holly no era un personaje sencillo, considerando sobre todo la época —inicios de los 60— en la que se presentó. La chica es prácticamente una escort que no se cohibe a la hora de mostrar y decir sus verdaderas intenciones, hace lo que sea por conseguir dinero (le dan 50 dólares “por ir al baño”), le pagan por decir mensajes cifrados a un narcotraficante encarcelado en Sing Sing, es una cazafortunas que puede estar hoy con uno de los solteros más codiciados de Estados Unidos y mañana con el futuro presidente de Brasil mientras pasa la noche con el apuesto y pobretón Varjak.

En contra de los deseos de Capote —“Paramount me traicionó en todos los sentidos y eligió a Audrey”, dijo en su momento— y apenas dos años después de haber encarnado a la hermana Luke en The Nun’s Story, Hepburn se quedó con el protagónico y no sólo logró su cuarta nominación a los Premios de la Academia, además consiguió que ahora pensemos en ella como la única capaz de dar vida a Holly.

Encarnando a una joven de 19 años cuando ella en realidad ya tenía 31, Hepburn se convirtió en la actriz mejor pagada de Hollywood en su tiempo —se llevó alrededor de 750 mil dólares por la cinta— y, de paso, en un referente cultural y de la moda.

¡Y cómo no! El famoso vestido negro que porta en cuatro momentos de la cinta fue diseñado por la casa Givenchy para ella en exclusiva. Tal fue el impacto de la prenda que, en 2006, se subastó y Christie’s Auction House la compró por la modesta cantidad de 800 mil dólares aproximadamente, convirtiéndose en uno de los objetos de memorabilia de una película más caros de la historia. La producción significó también la mejor publicidad gratuita para la Tiffany’s.

Pero, ante todo, la actriz de sangre azul fue la catarsis de muchas mujeres de aquél tiempo que deseaban la libertad sexual y económica de su personaje.

La señorita Golightly vivió una infancia complicada y con carencias, robaba comida y tuvo que casarse en plena adolescencia para asegurar alimento y techo para ella y su hermano. Luego de que un agente hollywoodense la descubriera, su perspectiva cambió y decidió valerse por ella misma, aunque su método fuera cuestionable para muchos.

La cinta pone sobre la mesa la desventaja de género en la que se encuentra el personaje principal. Al conocer a Varjak, Holly se encuentra con una versión masculina de ella misma, alguien que busca dinero “fácil”, y lo acepta como si fuera parte de la familia, pero no pierde de vista que no se encuentran en la misma posición: “Algunas situaciones pueden arruinarle la reputación a una muchacha. Quedaré expuesta en todos los lugares de la ciudad”, reflexiona la chica mientras va con su vecino en un taxi, en una de las últimas escenas de la producción.

Así como sus personajes, este filme no está exento de imperfecciones, como el inquilino asiático que no deja de molestar a Holly, Mr. Yunioshi (Mickey Rooney) causó controversia décadas después del estreno del filme, pues para muchos es una versión caricaturizada de las personas de oriente, incluso ofensiva.

Sí, el desenlace que tiene este clásico del cine podría parecer una traición a su protagonista, pero no olvides que la transformación es el riesgo que corre un personaje al ser el centro de una historia, y aquí la despistada señorita Holly, la que quema sombreros con su cigarro, guarda los tenis en el refrigerador y olvida que dejó el teléfono dentro de una maleta, termina por enamorarse.

Es en ese momento cuando Edwards te regala una de las declaraciones de amor más bellas de Hollywood. Un poco meloso, sí, pero te retamos a no suspirar mientras Hepburn y Peppard se abrazan con tal fuerza que casi le sacan al aire al pobre gato-sin-nombre y la mano de la actriz porta un anillo que es cortesía de una caja de cereal.

Si tienes días depresivos o rojos, Breakfast at Tiffany’s es el diamante que el cine te ofrece como medicina para calmarte los nervios.