‘Suspiria’: la reinvención de una pesadilla

Un cineasta enamorado de un clásico, y un remake considerado imposible… hasta ahora. Contra todas las críticas, Luca Guadagnino ha cometido el sacrilegio de filmar una nueva versión de Suspiria, el delirio cromático de Dario Argento. Y más que hacerle justicia, el cineasta buscó rendirle su propio homenaje por vía de lo matriarcal y lo grotesco.

Por Lalo Ortega

Suspiro de cuatro décadas

Afrontémoslo: Suspiria (Dario Argento, 1977) se sale tanto de lo convencional que, la primera vez que terminas de verla, no parece tener mucho sentido, al menos no en lo que se refiere a la narrativa tradicional y a la cinematografía de manual. En ésta, considerada de forma casi unánime como su obra cumbre, el italiano Argento experimenta con la luz, el color y el sonido en un alucine sensorial de tal calibre, que hubiera merecido su propia categoría cuando se estrenó. “Es la peli cocaínica definitiva”, escribió sobre ella el cineasta danés Nicolas Winding Refn, en un artículo para MovieMaker Magazine en 2016.

Si hubiera que trazar un árbol genealógico del cine, los fans de la última cinta de Refn, El demonio neón (2016), la encontrarían en línea de descendencia directa con Suspiria. Son 40 años los que separan a ambas, una muestra de cuánto ha perdurado la influencia de esta cinta de terror sobrenatural. Incluso el mismo John Carpenter, quien estrenaría Halloween un año después que la película de Argento, la ha llamado una de las obras más grandes jamás producidas en el género. Ante tanto halago, vale preguntarse qué es lo que hace tan especial a esta película (y no, no es la aparición de un joven Miguel Bosé).

Con toda certeza no se trata de su guión, que no tiene ni la complejidad ni las sorpresas para inspirar profundos análisis y teorías. Suzy Bannion (Jessica Harper), una estudiante estadounidense de ballet, viaja a Alemania para estudiar en una prestigiosa academia de danza. Con una cadena de extraños sucesos, y un par de brutales asesinatos de por medio, Suzy descubre que la academia es una fachada para un clan de brujas.

Claro que suceden algunas otras cosas pero, en esencia, así de simple es la trama de Suspiria. Jamás profundizamos en las vidas de Suzy, de las brujas o de los otros residentes de la academia, y resulta sorprendente que, con tan poco, se complete un largometraje de 98 minutos. El distintivo de esta cinta, y de otras en la filmografía de Argento, no está en la narración sino en la estética.

En parte, Suspiria es la culminación de un subgénero cinematográfico surgido en Italia: el giallo, llamado así por las cubiertas de las novelas policiacas publicadas en aquel país durante los años 30, que eran de color amarillo. En este cine, que se popularizó en los 70 – y del que Argento es uno de los mayores exponentes –, la prioridad es la experiencia visual y auditiva, más que la lógica narrativa.

“Tiene una lógica de pesadilla”, dice de Suspiria el historiador de cine, Rob Galluzzo, en el corto documental A Sigh from the Depths. “No se siente real. Por como está filmada y por los colores, te preguntas si es una historia o un mal sueño”.

‘Suspiria’ (1977). Produzioni Atlas.

El uso de la luz y el color en la espectacular cinematografía de Luciano Tovoli, en conjunto con la dirección artística influenciada por el art déco y el expresionismo, es justo el segundo aspecto de Suspiria que se sale por completo de lo convencional. Como en un caleidoscopio, los colores primarios en tonos neón invaden el encuadre en cualquier momento dado y desde fuentes inexplicables, alternándose entre uno y otro para sugerir la presencia de lo sobrenatural.

Los grotescos cortes de carne y la sangre de un inusual rojo escarlata, completan un espectáculo visual tan deslumbrante como desconcertante. Si se añade a la fórmula la banda sonora compuesta por la banda de rock progresivo, Goblin, el resultado es una película que a pesar de su profunda influencia en el terror, aún no ha sido igualada. Es un cuento de hadas visual y auditivamente hiperbólico que merece ser visto en la pantalla más grande posible.

“Es un asalto a los sentidos”, añade Galluzzo en el mismo documental, incluido con la reciente restauración de la película en 4K y con sonido de cuatro canales. “No sólo es una pesadilla materializada en pantalla, sino que es imposible hacerle un remake”.

Eso no impidió que Luca Guadagnino lo intentara cuatro décadas más tarde.

 

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El coreógrafo

El nombre de Luca Guadagnino es de los más sonados en los últimos años, en particular gracias a una pequeña cinta amada por unos y odiada por otros: Call Me By Your Name (2017), la culminación de lo que el director tituló retroactivamente La trilogía del deseo, conformada también por A Bigger Splash (2015) y I am Love (2009).

El director, consentido de grandes festivales como el de Venecia y el de Berlín (entre varios otros) hace un tipo de cine que pretende ser sentido, más que visto. Los placeres sensuales están al frente y al centro, como fuerza transformadora de sus personajes. Los espacios abiertos y paisajes idílicos, marcos de la creciente intimidad de quienes los habitan, son sólo algunos de los elementos recurrentes a lo largo de su citada trilogía.

Con este precedente, podría resultar muy extraño que el italiano eligiera el frío encierro y escandaloso terror de Suspiria para su siguiente proyecto. Sin embargo, para él, esto tiene todo el sentido del mundo.

“Cada película que hago es un paso al interior de mis sueños adolescentes”, detalló a The Guardian a finales de 2017. “Suspiria es el sueño de adolescente megalómano más extraordinariamente preciso que pude haber tenido”.

El cineasta, que vio la original a la edad de 14 años, logró en 2007 que Argento le concediera los derechos para hacer un remake de su película. Entonces ofreció la silla de director al estadounidense David Gordon Green, responsable de filmes tan diversos como Pineapple Express (2008) y la más reciente secuela de Halloween (2018). Cuando el cast tomaba forma – según IndieWire, ni más ni menos que con Isabelle Huppert – el proyecto fue cancelado.

Durante el Festival de Venecia de 2015, donde estrenó A Bigger Splash, Guadagnino anunció sus planes de tomar las riendas del proyecto, que sería protagonizado por los cuatro actores principales de su entonces más reciente cinta. Sólo Tilda Swinton y Dakota Johnson terminaron involucradas, al igual que el guionista David Kajganich.

Para entonces, el enfoque de la nueva Suspiria ya no era el de un simple remake. “La estoy abordando como un homenaje a la emoción poderosa e increíble que sentí la primera vez que la vi”, contó a The Guardian.

“Cuando bailas la danza de otro…

… te haces a ti mismo a la imagen de su creador”. Son las palabras que el personaje de Tilda Swinton, Madame Blanc, enuncia en el tráiler de la película. Casi parece un metacomentario irónico, pues partiendo sólo de lo visual, Suspiria de Guadagnino no podría ser más diferente que la de Argento.

Donde la original es todo un torbellino cromático de fantasía, los ambientes de la nueva versión se pintan de apagados grises, verdes y cafés, en un contraste radical que parecería producto de la necedad (el ser diferente sólo porque sí). Pero hay una razón para ello.

La Suspiria de Guadagnino se sitúa en Berlín durante 1977, año marcado por las operaciones de la Fracción del Ejército Rojo en Alemania Occidental – y un guiño al estreno de la original de Argento –. En paralelo con la llegada de Susie Bannion (Johnson) a la academia de danza, el guión de Kagjanich delinea un país sumido en la violencia que culminó con el “otoño alemán”, uno de los periodos más violentos en la historia política del país.

También coincide con que fue una época de feminismo radical en el país europeo. “El movimiento de las mujeres en Alemania de aquel tiempo abrazaba la diferencia y el separatismo, como medios de reclamar autonomía y una identidad autodeterminada”, comenta Swinton a The New York Times. Y añade Johnson: “las mujeres trataban de aprovechar su enojo, verbalizarlo”, para lo que, señala el director, la danza era una forma de expresión primordial.

Una ironía sobre Suspiria de Argento es que, a pesar de suceder en una academia de danza, los personajes no bailan en más que dos breves escenas. En esta ocasión, por el contrario, la danza abstracta juega un papel central como un modo de canalizar el poder de las brujas.

Algunas influencias que informaron las coreografías: las bailarinas Pina Bausch, Martha Graham y Mary Wigman, testimonio de que la nueva Suspiria cuenta no sólo con un complejo lenguaje de danza, sino también con amplia presencia femenina tanto detrás como delante de cámaras.

“Hay 38 mujeres y tres hombres en la película”, afirma Tilda Swinton a ScreenDaily, e incluso esa aseveración merece ser puesta en duda gracias a las excentricidades camaleónicas de la actriz, que en esta ocasión implican una prótesis de genitales masculinos (no diremos de qué personaje se trata, para no arruinar la sorpresa a los no iniciados).

En cuanto a Dakota Johnson, ésta es su segunda colaboración con Guadagnino y se espera que, por lo menos, la película limpie el mal sabor de boca dejado por Fifty Shades. “No es broma, Suspiria me jodió tanto que tuve que ir a terapia”, relató para Elle en abril del año pasado.

¿Un baile sacro o profano?

En septiembre de 2018, durante el estreno mundial de la reinventada Suspiria, el Festival de Venecia fue epicentro para una ovación de pie que se prolongó por ocho minutos. Como era de esperarse, las reacciones se han encontrado en extremos opuestos del espectro. “Polarizante es un calificativo demasiado suave”, escribe Peter Travers para Rolling Stone.

Incluso desde abril del mismo año, cuando se mostró un breve adelanto en CinemaCon, ya se hablaba de imágenes tan impactantes que traumatizaron a varios asistentes. La visceralidad del horror corporal en la película ha sido comparada al trabajo de David Cronenberg, que no es poca cosa.

Por otro lado están quienes, como Stephanie Zacharek de Time, la consideran tan horripilante como aburrida e insípida, entorpecida por sus propias ambiciones. En referencia al trasfondo político y social que informa la trama, la crítica comenta que “Guadagnino piensa demasiado y siente muy poco”. Una aseveración irónica si se considera el historial de este cineasta de lo sensual, amante de un clásico diseñado para experimentarse por vía de los sentidos.

¿Necesitábamos una nueva versión de Suspiria? Quizá no, pero cual haya sido el resultado final, lo cierto es que reacciones tan dispares tienden a ser indicador de un filme digno de verse, si acaso sólo porque levantará pasiones. Lo que sí es que, por lo menos, ya puede presumir de haber hecho llorar a Quentin Tarantino.

Resta ver si esta reinterpretación se sostiene por sí misma, o si sólo es un baile sobre la tumba de una joya. Es algo que Guadagnino, como Argento, tendrá que aceptar sobre su cinta: los clásicos de culto sólo se forman al paso del tiempo.

*Texto publicado originalmente en la edición de enero 2019 de Revista Cine.

 

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