El final de ‘Game of Thrones’ jamás nos iba a gustar a todos

Para bien o mal, el final de Game of Thrones por fin vino y fue, luego de ocho temporadas de traiciones, magia, guerras y muerte en el fantástico reino de Westeros. La serie ha sido tildada como un acontecimiento y un fenómeno cultural desde su debut en 2011. Su conclusión, lógicamente, fue uno de los acontecimientos más esperados de la cultura pop en esta década.

Seis episodios después, nos encontramos con una petición en línea por parte de los fans – con más de un millón de firmas al momento de escribir esto – para que HBO “rehaga” la conclusión de la serie. “David Benioff y D.B. Weiss han demostrado ser guionistas terriblemente incompetentes”, dice la página en Change.org. Miembros del reparto como Sophie Turner (Sansa Stark) han respondido diciendo que “es una falta de respeto al equipo de producción, guionistas y realizadores que han trabajado incansablemente por más de diez años, y por once meses de filmación para la última temporada”.

A pesar de sus virtudes (que no son pocas), la temporada final de Game of Thrones fue duramente criticada con cada episodio. Los comentarios fueron dirigidos a acontecimientos en apariencia sin sentido, o decisiones absurdas de los personajes, incluso si éstas (como el inevitable descenso de Daenerys al “lado oscuro”) fueron sugeridas varias temporadas atrás.

El que tales giros se sientan “sacados de la manga” es sin duda consecuencia, en parte, de que la temporada final consistiera únicamente de seis episodios (con un costo estimado de 15 millones de dólares por cada uno), contra los diez de temporadas previas. Pero la realidad del asunto es que, incluso con el óptimo escenario de una conclusión con diez episodios, el final de Game of Thrones jamás nos iba a dejar contentos a todos.

Bien lo señaló nuestro colaborador Luis Daniel de León: Weiss y Benioff se dieron a la tarea de adaptar una obra “inadaptable”. Un denso material de siete volúmenes del que, recordemos, sólo existen cinco a la fecha. Una épica que abarca continentes con milenios de mitología y múltiples protagonistas esparcidos por el mapa.

Si a los fans les importaban estos personajes, fue por el árduo trabajo de desarrollarlos a lo largo de las siete entregas previas. De Jon Snow (Kit Harington) a Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) y Cersei Lannister (Lena Headey), cada uno fue demostrando sus motivaciones, ambiciones y fallas. Incluso en sus momentos más crueles, fueron retratados bajo un lente de humanidad. Incluso si Jon ejecutó a sus propios hombres, lo hizo por su deber. La familia de Daenerys tuvo que huir de los asesinos de Robert Baratheon antes de que ella se convirtiera en una violenta libertadora. Incluso si Cersei fue capaz de incinerar a inocentes con fuego valyrio, amaba a sus hijos sobre cualquier cosa.

 

De una u otra forma, Game of Thrones nos dio al menos un personaje favorito y otro a quién odiar. Como público, forjamos nuestras expectativas a raíz de nuestra empatía o desprecio por ellos. A través de las numerosas profecías hicimos nuestras propias teorías de lo que ocurriría en el desenlace. Todos queríamos que alguien ocupara el Trono de hierro. Todos queríamos que tal o cual pereciera de una u otra manera. Pero el final de Game of Thrones sólo podía ser uno solo. Los escenarios en los que Dany o Jon se sientan en el Trono de hierro, han quedado condenados para siempre condenados al exilio del fan fiction. A menos que George R.R. Martin salga con algo distinto en sus novelas.

Queda, por supuesto, el “hubiera”. ¿Si los dos libros finales hubieran estado como referencia, Weiss y Benioff hubieran logrado un final mejor? La respuesta es un improbable “quizá”. La adaptación televisiva deja varios cabos sueltos, como los ojos verdes que Arya (Maisie Williams) debía cerrar para siempre, o por qué el Night King debía matar a Bran Stark (Isaac Hempstead-Wright). ¿Y para qué tanto alboroto por Azor Ahai, el Príncipe Prometido en la profecía de Melisandre (podría argumentarse que sí fue cumplida de una forma no literal, aunque esa es otra historia)?

Guste o no, Game of Thrones (y la novela que le da origen, A Song of Ice and Fire) es una historia que nos ha acostumbrado a los sinsentidos, a los cabos sueltos, los finales tan súbitos como una muerte sangrienta e indecorosa. No se tocó el corazón con su primer protagonista, Ned Stark (Sean Bean). No tenía porqué hacerlo con Daenerys, más allá de que tuvimos más tiempo para conocerla a ella que a él.

La carencia de episodios o de material de referencia no es una apología para los guionistas, que sin duda pudieron tomar mejores decisiones en varios puntos (¿en verdad Daenerys no vio la flota que mató a su dragón Rhaegal?). Pero como señala Peter Slattery, considerando la prosa de Martin en los libros posteriores de A Song of Ice and Fire, quizá hicieron lo mejor que se podía con el final de Game of Thrones. Hay un límite para lo que puede hacerse con dos enormes tomos de papel, ni hablar de sólo diez horas de televisión.

Martin, argumenta Slattery, la tiene más complicada en las novelas, que han introducido más personajes y subtramas de las que hemos visto en la adaptación televisiva. Con dos volúmenes para concluir, tampoco parece que vaya a cerrarlas exitosamente.

Entre tantos personajes con los que el lector puede o no encariñarse, Martin plantea preguntas sobre el poder y la posibilidad de blandirlo sin ser corrompido por él. La serie no brinda una respuesta definitiva (de hecho, resulta poética en la manera en que muchas cosas retoman su viejo cauce). Es dudoso que los libros hubieran proveído un final más satisfactorio, pero habrá que esperar para saberlo (si es que llegamos a saberlo).

Con la calma tras la tormenta, concluiremos que sí, la serie no tuvo el mejor final, algo que poco tiene que ver con nuestra preferencia personal para ocupante del trono. Pero llegada esa calma, podremos ver que a pesar del agridulce final del viaje, el camino de Game of Thrones estuvo lleno de momentos que le merecieron su condición como una de las más grandes series de todos los tiempos. Una distinción que, a menos que Amazon y Tolkien tengan algo que decir, no será disputada en mucho, mucho tiempo. Valar Dohaeris.

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