‘La camarista’, cine mexicano que da gusto

La camarista, de Lila Avilés, «es de ese cine mexicano que te da gusto encontrarte en la sala: grandes historias y retratadas con mucha calidad».

 

Directora: Lila Avilés

Actúan: Gabriela Cartol, Teresa Sánchez, Agustina Quinci

Duración:  102 minutos

★ ★ ★ ★ ☆

 

Sinopsis

Eve (Cartol) trabaja como camarista en un hotel de lujo de la Ciudad de México. Los días le pasan entre jornadas laborales que se extienden más de lo planeado, el esfuerzo por ascender al piso 42 y la añoranza por no tener cerca a su hijo.

 

El esmero que Eve (Gabriela Cartol) pone al limpiar cada habitación, es el mismo que la directora Lila Avilés parece dedicarle a cada una de las escenas de su ópera prima. Apostando por un estilo minimalista, la joven cineasta consigue imprimir en cada momento suficiente fuerza y significado como para que quieras seguirle los pasos a su protagonista.

La sobriedad de La camarista inicia en un personaje claramente cotidiano y universal. Una mujer que seguramente se mueve largas distancias a diario para llegar de su casa al trabajo, donde espera —como millones— prosperar.

Por su parte, Cartol sigue fielmente la línea marcada por la directora y se muestra un tanto contenida. Sus gestos apenas transmiten alegría o preocupación, su mirada es más la de una persona tímida y no muy acostumbrada a alzar la voz. En otras palabras, su rostro resulta familiar porque es uno que podemos encontrar en el propio camino hacia el trabajo.

Las cuestiones técnicas corresponden muy bien a esas sutilezas. Desde el aspecto visual. En contadas ocasiones la cámara se mueve, en su lugar nos ofrece postales fijas de encuadres abiertos, perfectamente compuestos por el ojo del fotógrafo Carlos Rossini (Bosque de niebla). Ese estilo se respeta incluso en la parte sonora. Prácticamente no hay música y los sonidos son un complemento para terminarnos de sumergir en el universo de Eve. Escuchamos lavadoras industriales trabajando, timbres de elevadores, aspiradoras.

Si con todo esto pareciera que La camarista echa su peso hacia lo solemne y pausado, y debemos irnos preparados para una aburrida producción contemplativa, Avilés demuestra que el estilo no está peleado con la agilidad y la destreza. Los primeros minutos podrán transcurrir lentamente, pero en cuanto el filme entra en confianza —así como Eve—, todo fluye plácidamente. Parte de esta certidumbre se adquiere a partir de los personajes que circundan a la protagonista. Desde los huéspedes desinhibidos, como Romina (Agustina Quinci), una argentina que le pide cuidar de su hijo mientras se baña, hasta sus compañeros de trabajo, como la extrovertida Monitoy (Teresa Sánchez).

Gracias a estos elementos, el relato se hace de cierta ligereza o accesibilidad a pesar de sus profundas reflexiones sobre la enajenación por el trabajo, el compañerismo, los sueños e incluso la maternidad —en ese sentido te hará recordar el segmento “Loin du 16e”, de París, Je t’aime—. Son esas cavilaciones, y las cotidianidades laborales que se muestran a través de Eve —como las escapadas para leer, los juegos entre colegas— las que nos hacen conectar con esta historia de apariencia simple, pero de fondo complejo.

Por la suma de todo es que la contemplación por la que apuesta Avilés resulta en un excelente recurso, librando con un amplio margen la pretención. Asimismo se convierte en un gran argumento a favor de las obras que son llevadas a la pantalla grande. La camarista encontró su inspiración en fotografías (una serie de Sophie Calle) que luego se convirtió en una obra de teatro (escrita por la propia Lila), por lo que resulta natural que ese universo ahora transite al cine.

Veredicto

La camarista es de ese cine mexicano que te da gusto encontrarte en la sala: grandes historias y retratadas con mucha calidad. Entrarás al cine con cautela, encontrarás risas en el camino y saldrás con varias reflexiones y un buen sabor de boca.

Por Anaid Ramírez

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