‘Colossal’: una unión entre un drama indie del Sundance y cine B de mal gusto













Trama en Seul, un kaiju enorme se aparece de la nada para provocar el caos en la ciudad. Mientras tanto, en Estados Unidos, una desastrosa treintañera (Hathaway) está tocando fondo. Parece extraño, ¿pero podrían estas dos cosas estar conectadas?

Las películas de monstruos generalmente se tratan de caos, confusión y desorden —las sirenas resonando mientras las bestias con pantorrillas del tamaño de rascacielos van pateando cuadras enteras—. Aquí entra el maverick español Nacho Vigalondo. Su trabajo hasta ahora tiene la forma de un montón de obras de género de bajo presupuesto que se resisten a la categorización. Su debut en el 2007, fue Timecrimes, una película de suspenso de viajes en el tiempo que te pone las neuronas de cabeza; y que fue rodada por el precio de una llanta de DeLorean. 

Extraterrestrial (2011), es una farsa romántica con una nave de bono. Y ahora, Colossal; un mejunge muy original que parece un cruce entre un drama indie del Sundance y cine B de mal gusto. Desplegando con inteligencia un poco de efectos —el presupuesto fue de sólo 15 millones de dólares—, tiene la libertad de ir a donde quiera. Y vaya que va a lugares extraños. 

La heroina es Gloria (Anne Hathaway), una fiestera en espiral descendente que no está  muy lejos de su personaje en Rachel Getting Married. Cuando su novio la deja —un Stevens ligeramente desperdiciado—, regresa al pueblo donde creció. Allí es donde las cosas comienzan a ponerse peculiares. Después de noches donde se emborracha hasta no recordar nada, ella despierta y ve un noticiario en la tv con imágenes de un monstruo que parece una mantis religiosa gigante desatado en Corea del Sur. 

Eso es preocupante en sí mismo. Pero lo que de verdad la saca de onda es que se da cuenta de que comparte un tic nervioso con el monstruo: rascarse la cabeza. 

Y ahí nos detendremos; es mejor verla sin saber más que eso, basta decir que todavía hay más giros alucinantes. Aunque a primera vista parezca que Vigalondo ha mezclado dos tipos muy distintos de filmes —Pacific Rim con Winter’s Bone— lo que ha hecho es encontrar una manera ingeniosa de explorar temas tan densos como las relaciones abusivas, la empatía y la adicción. Aunque tiene bastantes momentos graciosos, para el tercer acto ya se convierte en algo tan oscuro como apasionante.

Esto ocurre gracias a las fuertes interpretaciones centrales de Hathaway y Jason Sudeikis. Ella está mejor de lo que ha estado en años, turnándose entre agradable y enloquecedora; trabajando el arco dramático de su personaje logrando que se sienta posible en lugar de forzado. Pero el trabajo más impresionante es el de Sudeikis, un actor que ha rondado con demasiada frecuecia los papeles «amables». 

Aquí, alegremente subvierte las espectativas, empezando como es su costumbre y convirtiéndose gradualmente en algo muy diferente. Podría ser lo mejor de su carrera, particularmente en una escena que involucra fuegos artificiales y que poco a poco aumenta en intensidad. 

En un verano dominado por películas diseñadas para realizar otras películas, es refrescante ver una que está claramente contenida en sí misma. No hay ninguna posibilidad de que la criatura de Colossal se enfrente a Godzilla o a King Kong, lo cual es bueno. Es el tipo más raro de filme de monstruos: uno en el que los humanos son la parte más interesante.