El complot mongol, entre el cine negro de arrabal y la historieta

El complot mongol, una nueva adaptación al cine del clásico libro policíaco del novelista mexicano Rafael Bernal.

 

Director: Sebastián del Amo

Actúan: Damián Alcázar, Eugenio Derbez, Bárbara Mori

Duración: 132 minutos

★ ★ ★ ☆ ☆

 

Sinopsis

Basada en la novela de Rafael Bernal, la cinta te instala en el México de 1963 para contarte el más reciente caso que se le asigna al policía Filberto García (Alcázar): ante el rumor de que China pretende asesinar al presidente de EUA en su visita a México, el agente debe investigar adentrándose en el Barrio Chino del Distrito Federal.

Si por algo se distingue el trabajo de Sebastian del Amo, es por evidenciar una depurada habilidad para recrear atmósferas que deambulan entre la evocación paródica y una artificiosa ensoñación que resulta ideal para ficcionar y enrarecer episodios históricos, tal y como lo hizo con esa pequeña joya —no tan referida como se debiera— del cine mexicano llamada El Fantástico Mundo de Juan Orol (2012), un homenaje salpicado de humor que juega al cine dentro del cine, para llegar con todo el descaro al borde del absurdo, como la obra misma de aquel realizador a quien refiere el título.

Curiosamente en el caso de El complot mongol —estrenada en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara— el acierto no se encuentra precisamente ahí, pues una parte de ese trabajo ya esta hecho desde la obra original de 1969 —escrita por el genial Rafael Bernal, sino más bien en el descaro premeditado con que el director mexicano aprovecha para llevar hasta las últimas consecuencias el divertido escarnio del que hace objeto a la paranoia propia de la Guerra Fría.

Todo gira alrededor de Filiberto García (Damián Alcázar), un matón al servicio de los altos poderes de la política caciquista mexicana, a quien le es encargada la misión de desenmarañar un supuesto plan para matar al presidente de los Estados Unidos durante su visita a nuestro país, fraguado en el mismísimo barrio chino.

Lo delirante de la idea aquí se ve reforzado desde lo atípico del reparto, que conjuga figuras de naturaleza televisiva como Eugenio Derbez y leyendas provenientes de la recta final del cine mexicano de la época de oro como Xavier López Chabelo, con actores de prestigio y talento probado en el panorama actual, como Damián Alcazar, quien resulta ideal para ofrecer una convincente versión de los protagonistas de las viejas novelas de detectives —con todo y su recalcitrante valemadrismo y filosofía derrotista—, o el mismo Ari Bickman, cuyo ingenio y precisión le permiten delinear una divertida caricatura del espía norteamericano.

Mención aparte merece Barbara Mori, quien con sutileza se viste de erotismo y melancolía, bordeando la frontera del estereotipo para entregar una peculiar e inolvidable femme fatal, que sin duda se convierte en uno de sus más acertados trabajos.

Por supuesto resulta más que conveniente y atractiva la estilización general que potencia la extravagancia del escenario multicultural viciado y salpicado por la idiosincrasia de la época en que se desarrolla todo, amén de recurrir al uso de algunos códigos de lenguaje provenientes del mundo de las viñetas, desde las transiciones hasta el diseño de personajes, que raya en la visión exótica y misteriosa propia de títulos nacionales como Kalimán o Rarotonga.

Es cierto que parte del elenco está un tanto fuera de tono, lo cual frena el impulso de algunos diálogos y chistes, además de que el ritmo de algunos pasajes es inconsistente. Pese a esto, en términos generales se trata de una exitosa reinterpretacion del concepto del libro original que se enriquece con el de la novela gráfica publicada en el año 2000 y su adaptación a radionovela de 1989. 

Veredicto

Un disparatado, divertido y seductor encuentro entre el cine negro de arrabal y la historieta mexicana, con todo y una agridulce mezcla de ironía, desencanto y humor. Sin abandonar el espíritu de entretenimiento, el conjunto permite que el discurso crítico de la novela que le da origen permanezca.

Por Jesús Chavarría

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