Platicamos con Ludovic Bonleux, director del documental ganador de la Diosa de Plata

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Por: Lalo Ortega.

Los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, Guerrero, es de las manchas más grandes sobre el gobierno del sexenio que está por concluir. Sin embargo, a pesar de lo sonado del caso por todo México (y el mundo), estas desapariciones están lejos de ser las primeras, o extraordinarias, para el estado en el que ocurrieron.

Tal es el conflicto en la región, y lo fragmentados que están sus frentes, que amerita un intento por darle alguna clase de sentido. El documentalista Ludovic Bonleux opta por una visión íntima por conducto de tres individuos en estas facciones: Coni, de la policía comunitaria; Juan, maestro rural y activista; y Mario, de las brigadas de búsqueda de fosas comunes.

En conversación con Cine en el Cine Tonalá, Bonleux habla del trasfondo y experiencia de filmar el documental cuyo título, podría decirse, invita a la doble referencia al estado y a sus civiles.

 

Tú eres historiador de formación. ¿Por qué comienzas a hacer documentales?

Primero descubrí la fotografía y después me capacité en cine documental. Creo que todo va junto, tanto la investigación que se debe hacer para un documental como el registro que levantas, pues de cierto modo estás haciendo historia. Filmas la realidad y eso se vuelve memoria, con la que tienen que ver la mayoría de mis proyectos.

Tal vez no hay tanto trasfondo histórico en Guerrero, pues filmamos sobre el presente, pero sí hay vistazos a la herencia de la lucha en el estado. Cuando vemos a los niños, pensamos que los mismos activistas que vemos en el documental fueron criados como tal, como activistas de alguna manera.

 

Has realizado ya tres documentales en el estado de Guerrero, ¿cuál es tu interés en él?

Empecé a viajar allá porque vi que había historias no contadas, y el peligro que representaba contarlas. También el estado tiene mucha complejidad, desde hace tiempo hay varios grupos sociales violentos, represión, traficantes, y tal vez poca gente se atrevía a ir a documentarlo.

Una cosa siempre me llevó a la otra, comencé a investigar sobre los derechos humanos y la violencia política. Entonces se creó la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado para juzgar a los responsables de la guerra sucia de los setenta. Pero asesinaron a un testigo de la Fiscalía, y decidí hacer una película sobre él, El crimen de Zacarías Barrientos. En esa época comenzó la guerra entre carteles en Acapulco, e hice otro documental entre el pasado nostálgico y la violencia del narco, Acuérdate de Acapulco.

Después sucedió lo de Ayotzinapa, así que regresé con la idea de hacer algo. El primer documental se ubica en la zona costera de Atoyac, el segundo en la ciudad de Acapulco, y el tercero abarca todo Guerrero, así que hay una suerte de evolución.

 

Hablando ya de Guerrero, ¿cómo eliges a los tres personajes en los que se enfoca el documental y cómo te acercas a ellos?

Me acerqué a las organizaciones sociales que consideré representativas de la lucha contra la impunidad, pues cada una tiene una agenda diferente: la policía comunitaria del Frente Unido para la Seguridad y el Desarrollo del Estado de Guerrero (FUSDEG), los maestros del Movimiento Popular Guerrerense (MPG), y las brigadas de búsqueda de desaparecidos. Cada uno opera a su modo, con sus tácticas para tratar de hacer un país mejor, así que la idea fue abordar a organizaciones diversas en varios puntos del estado, y lograr una visión ecléctica de la problemática.

Esto fue una mezcla de buscar a la gente en estas organizaciones, y de improvisar según la gente que se te acerca, que acepta ayudarte y aparecer en el documental.

Algunas imágenes del documental no fueron filmadas por ti, ¿cómo las obtienes?

Hay momentos precisos del documental en el que se aprecia otra relación de aspecto en la imagen, y que usamos porque no las pude filmar yo. Por ejemplo, en un enfrentamiento estaba yo con la gente y tuve que huir por el choque de la policía, pero me caí y la cámara dejó de funcionar. Me levantó Toño, otro de los personajes del documental, y me escondí.

Para mostrar lo que sucedió, tuve que utilizar imágenes que tomó un periodista local, y lo mismo cuando sucedió lo de Toño. Yo no me encontraba en el lugar para ese momento, pero obtuvimos video que la gente tomó con sus celulares.

 

¿Enfrentaste alguna clase de desconfianza por parte de la gente al acercarte con una cámara?

Siempre hay algo de recelo, pero ya tenía mucho tiempo viviendo en la zona cuando regresé para hacer Guerrero, así que la gente ya me tenía algo de confianza. Pero sí hay un trabajo de formar una complicidad con la gente, que pasa de contarte momentos de su vida cotidiana, a comer y dormir contigo en la misma casa, y también a compartir peligros.

 

Tú tomas una distancia notoria de tus sujetos, pues a pesar de presentarlos de forma íntima, nunca caes en lo emocional. De hecho, casi en ningún momento utilizas música…

Esa fue una decisión que tomamos en la sala de edición, porque nos dimos cuenta con el editor, Pedro García, de que la película era tan fuerte y tan cruda que no necesitaba más emoción. Así que optamos por el mínimo de artificios.

 

En este escenario, ¿cuál fue el riesgo más grande que enfrentaron tú y tu equipo de filmación?

Trabajar como comunicador en Guerrero ya conlleva riesgos. Nosotros tenemos suerte porque no vivimos en el estado a diario, así que no estamos tan expuestos como los periodistas, los activistas o los guerrerenses mismos.

Tal vez lo más peligroso fue hacer las tomas nocturnas de la carretera. No son nada espectacular, pero nunca sabemos qué o quién nos puede salir en medio de la nada y levantarnos.

 

¿Y lidiaste con algún miedo por represalias hacia los personajes del documental?

Sí, y de hecho es algo que se discutió mucho. Les mostré el documental en varias etapas de la edición y les di la opción de no aparecer en él, si así lo querían. Sí hubo algunas condiciones, temas que no podíamos tocar, pero al final creo que el documental no los expone más de lo que ellos decidieron.

Sólo espero que esto les pueda dar un poco de respaldo, y les agradezco que me hayan permitido filmarlos y aparecer en el corte final.

 

Guerrero se estrena en un momento parteaguas para el país. Si el público pudiera quedarse con una sola cosa de tu documental, ¿qué te gustaría que fuera?

Hacer ciudadanía. Creo que el documental nos muestra a gente que trata de hacer justo eso. Tal vez no lo logran, pero por lo menos lo intenta en un contexto muy adverso, y por eso creo que es una gran historia de dignidad.

Tal vez al organizar presentaciones públicas del documental para que la gente hable de estos temas, estamos también haciendo ciudadanía y tratando de recomponer el tejido social. Por eso quisimos estrenarlo en este momento, para generar esa conciencia porque, para mí, los cambios no vienen de arriba, sino de la misma gente que tiene que impulsarlo entre los representantes electos, que son los que los llevan a cabo.

 

De todo lo que recogiste en la producción de este documental, ¿hay algo que te haya dado una idea para un nuevo proyecto?

Sí, en el caso de Mario, lo acompañamos a Veracruz porque participó en la primera brigada nacional de búsqueda de desaparecidos, familias de las víctimas que se juntaron para apoyar a otras a buscar fosas comunes. Fue un gran ejemplo de ciudadanía, la gente perdía el miedo para trabajar con ellos, sin ninguna agenda partidista.

Esto me dio la idea para un documental sobre la búsqueda de desaparecidos, pero por todo el país, para mostrar la dignidad de esta gente y el drama humanitario que se vive hoy en día.

 

 

Guerrero se proyecta en salas independientes de cine en la Ciudad de México a partir del 29 de junio de 2018. Puedes consultar las próximas funciones aquí, y también puedes encontrar el documental en FilminLatino.