Restos de viento, no todos los caminos llevan a Roma

En Restos de viento, la directora mexicana Jimena Montemayor aborda la infancia de una manera cruda y sutil.

 

Directora: Jimena Montemayor

Actúan: Dolores Fonzi, Paulina Gil, Diego Aguilar, Julieta Egurrola

Duración: 93 minutos

★ ★ ★ ★ ☆

 

Sinopsis

Con la partida de su esposo, Carmen está demasiado deprimida para hacerse cargo de sus hijos. Su hija mayor se niega a crecer, y el menor recibe una inesperada visita. Cada uno tendrá que enfrentar sus miedos a su manera.

 

Representar la experiencia infantil ante situaciones adultas siempre puede ser un terreno complicado, pues se corre el riesgo de retratar a los niños de forma condescendiente, falsa o caricaturesca, en el peor de los casos.

En manos de Jimena Montemayor, por fortuna, el guion y la dirección logran tres personajes —dos pequeños y una mujer adulta— bien dimensionados, cada uno con sus propios procesos pero unidos por una misma circunstancia.

En Restos de viento —tres veces premiada en el Festival de Cine en Guadalajara de 2018—, el súbito fallecimiento del padre ha dejado al resto de la familia a la deriva. La madre, Carmen (Dolores Fonzi) es en sí misma una figura ausente para sus hijos, prisionera de su propia depresión. El pequeño Daniel (Diego Aguilar) es visitado por un monstruo humanoide, difuminando la línea entre lo imaginario y lo real. Atrapada en el medio está Ana (Paulina Gil), con un pie en la niñez y otro en una forzada adultez, pues tiene que hacerse cargo de sí misma y de su madre.

Los tres son vinculados por la pérdida y, en consecuencia, por su propio proceso de luto. Si bien cada uno es desarrollado a su propio tiempo, quien más destaca es Daniel y su monstruo, la manera de representar desde su mente infantil los miedos e inseguridades que el mundo adulto esconde.

Tal recurso no es precisamente original (basta preguntarle a J.A. Bayona y su Un monstruo viene a verme), pero Montemayor lo utiliza con efectividad: la criatura y su subsecuente humanización es una ideal metáfora visual para el proceso emocional de los personajes infantiles.

Fonzi, por su parte, destaca por su contundencia en un papel que quizá resulte demasiado familiar a los espectadores adultos, pero no por ello es menos meritorio: su tristeza y despropósito son tangibles, y su ausencia en la relación con sus hijos supone el centro emocional de la historia.

Restos de viento avanza con un ritmo pausado y una estructura que, si bien es lineal, brinda esa sensación de letargo que suele acompañar a la tristeza. Los eventos de la película suceden como en un sueño, viñetas en momentos no precisados y que se sienten inconexos.

Esto podría tornarse desesperante muy rápido en manos menos expertas; sin embargo, la fotografía de María Secco (La libertad del diablo) surge como una mirada íntima que ronda a los personajes para revelar los momentos y emociones más sutiles que le brindan su corazón a la película.

Veredicto

Indispensable si quieres encontrarte un cine mexicano con calidad. El segundo largometraje de Jimena Montemayor que balancea las sutilezas de su narrativa, estética y actuaciones para lograr un retrato emotivo del duelo, con tanta sensibilidad para el lado infantil como el adulto.

Por Lalo Ortega

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