‘Vivir deprisa, amar despacio’: diálogos con la mortalidad

Dirigida por Christophe Honoré (Les Chansons D’Amour), Vivir deprisa, amar despacio (Plaire, aimer et courir vite) ha sido nominada a galardones como la Palma de Oro del Festival de Cannes. Obtuvo el premio de la Sociedad Internacional de Cinéfilos.

Estreno en México: 12 de julio de 2019

Director: Christophe Honoré

Actúan: Vincent Lacoste, Pierre Deladonchamps, Denis Podalydès

Duración: 132 minutos

★ ★ ★ ☆ ☆

Sinopsis: París, 1993. El escritor Jacques (Deladonchamps) intenta mantener un romance y el sentido del humor a pesar de que su vida se desmorona. Durante un viaje de trabajo conoce a Arthur (Lacoste), un joven aspirante a cineasta que atraviesa su despertar sexual. Se enamoran inmediatamente, aunque Jacques sabe que no durará mucho.

 

“Estar en el momento” y “vivir cada día como si fuera el último” son lugares comunes, frases motivacionales propias de galletas de la fortuna que, convertidas en premisa de una película, podrían prestarse para la máxima de las cursilerías. Es una grata sorpresa, entonces, que el director Christophe Honoré las tome como pretexto para una exploración tan honesta de la identidad, la sexualidad y la mortalidad.

Vivir deprisa, amar despacio se sitúa en Francia durante 1993, es decir, en plena epidemia del sida, cuando ésta era erróneamente asociada exclusivamente a los homosexuales. De tal índole es la relación de los protagonistas, que “como que quieren pero no quieren”. Primero está Arthur (Vincent Lacoste), un joven cinéfilo ávido de experiencias, quien por apariencias mantiene una novia. Tiene química instantánea con Jacques (Pierre Deladonchamps), un escritor treintón de mediano éxito, padre de un hijo y con problemas financieros. Entrados unos minutos en el largometraje, aprendemos que Jacques tiene VIH.

El descubrimiento no disuade a Arthur, pero sí un tanto al melancólico Jacques, por lo que ambos caen en una especie de amor contenido, que no se deja a sí mismo ser. Con cada uno por su lado, más algunos encuentros esporádicos, el guión los desarrolla a fuego lento en una serie de anécdotas reveladoras. Esta narración de ritmo parsimonioso, con viñetas aparentemente sueltas, cargadas de diálogos y disertaciones literarias, llega a dar algunas vueltas sobre sí misma, lo que podría alejar a los espectadores más impacientes.

Sin embargo, debajo de lo anterior se esconden poderosos momentos de intimidad que hábilmente eluden el sentimentalismo barato. Por ejemplo, es gracias a que presenciamos las facetas de Jacques como padre, exesposo, creador y amante, que podemos sentir su profundo dolor cuando es encarado con su inevitable destino. Un fatalismo suprimido rige todo el largometraje, y Honoré evita caer en el melodrama incluso al llegar las revelaciones más duras.

El mundo de Vivir deprisa, amar despacio está teñido, de hecho, con el color de dicha melancolía (o, quizá, de la masculinidad: ésta es una historia exclusivamente de hombres). El azul, muy al estilo de Three Colours: Blue de Krzysztof Kieślowski, es intencionalmente ubicuo en el diseño de producción. Sólo en momentos clave (evitemos los cuándos y los porqués) tal esquema cromático es roto por colores pertenecientes a una gama muy específica, lo que acota su posible lectura.

Veredicto

Incluso si por momentos roza con la redundancia, Christophe Honoré propone un retrato íntimo y honesto del amor, la alegría y la sexualidad de cara a la conciencia de nuestra propia mortalidad.

Por Lalo Ortega

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