‘Cold War’: entrevista con el director Pawel Pawlikowski

A partir de las vivencias de sus propios padres, Pawel Pawlikowski construyó el relato de dos amantes que se contraponen a su contexto. Pero no sólo esos elementos propician la belleza y la crudeza de Cold War, lo es también por otros factores que se convirtieron prácticamente en personajes invisibles. El director polaco habló al respecto con Cine.

Por Anaid Ramírez

Parece más que una coincidencia el hecho de que en 2018 dos directores de gran relevancia en sus respectivos países presentaran, en el filme más reciente de cada uno, ingredientes un tanto similares: una historia personal e íntima, construida a partir de recuerdos, en la que el contexto repercute ampliamente en los personajes y cuyas acciones pasan ante los ojos de las audiencias a través de imágenes perfectamente armadas en una escala de grises.

Si bien existen estas similitudes entre la más reciente cinta de Alfonso Cuarón y Cold War de Pawel Pawlikowski, tienen enfoques totalmente distintos. Mientras la primera hace referencia a las brechas socioeconómicas, el clasismo y el racismo en México a través de un momento de crisis de dos mujeres; la segunda —Zimna wojna en título original— refleja cómo las condiciones políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial afectaron vínculos personales, en este caso, en específico, el de los padres del propio Pawlikowski.

Y aunque los puntos de ambos filmes son totalmente distintos, Cuarón de cierta forma influyó en su colega polaco para que Cold War se concretara. Pawlikowski llevaba años pensando en la historia de una pareja como la que nos presenta en esta cinta, pero fue hasta que el mexicano le dio un empujoncito que comenzó a trazarla.

Amigos de hace tiempo y coincidentemente migrantes en Inglaterra, alguna vez Pawel le contó sus planes a Alfonso. “Él dijo, ‘Cabrón, tienes que hacerlo. Es la mejor historia que me has contado’. Y pensé, ‘Sí que lo es’”, explicó Pawel Pawlikowski a Deadline tras presentar la película en el Festival Internacional de Cine de Cannes, donde tuvo su premiere mundial y se alzó con el premio a Mejor director.

De ahí comenzó un paso por diversos certámenes en el mundo. Para cuando toca el turno de hacer escala en el Festival Internacional de Cine de Morelia, donde Cine se reúne con el realizador, Cold War ya es blanco de críticas favorables y premios varios, la mayoría reconociendo el trabajo del cineasta y el de sus protagonistas Joanna Kulig y Tomasz Kot. Son sus interpretaciones las que fortalecen cada minuto de esta historia de pasiones y separaciones, y por eso era importante que quienes dieran vida a los personajes cumplieran con algunos requisitos.

“Quería actores que no se sintieran actuales, sino atemporales. Los dos debían verse como de los años 40 ó 50, ese era uno de los requerimientos”, nos cuenta. Así dio con Kuling para encarnar a Zula, una joven citadina y un tanto temperamental que se hace pasar por una chica de provincia para ser parte del espectáculo folklórico que dirige Wiktor, interpretado por Kot. Para ella “necesitaba a una actriz que cantara y que pudiera tener ese tipo de energía (ríe). Sabía que Zula sería perfecta”, explica el realizador sobre su estelar.

En Polonia, Joanna era más conocida por sus trabajos para la televisión, aunque su filmografía tampoco es muy corta; ha tenido desde papeles olvidables como la bruja pelirroja de Hansel and Gretel: Witch Hunters, hasta roles secundarios rodeada de consolidadas intérpretes como Anaïs Demoustier y Juliette Binoche en Elles. Pero es con Pawel Pawlikoski con quien más ha colaborado y cuyo actual trabajo la pone ante los reflectores del mundo.

Para La femme du Vème, protagonizada por Ethan Hawke y Kristin Scott Thomas, Pawlikowski le ofreció a Kulig interpretar a Ania, una figura secundaria. Cuando el director buscaba protagonista para Ida de inmediato pensó en Joanna, pero “claramente no era para el papel porque se ve muy eslava, definitivamente no era Ida”, dijo a The Guardian en agosto pasado —al final, en esa cinta Kulig tuvo una especie de cameo como una cantante—. La oportunidad del protagónico llegó hasta Cold War.

Para Wiktor, el realizador “necesitaba a un tipo que realmente contrastara con ella; alto, que fuera más flemático y no tuviera dirección, un hombre que luciera como alguien de los 50. Costó un poco de trabajo porque siento que en la actualidad los actores tienen cierta dulzura y sutileza, y yo buscaba una masculinidad como old fashioned, pero no un macho. Lo encontré muy bien en Tomasz”, le platica el director a Cine, en una sala irónicamente fría del Hotel Virrey de Mendoza, en el centro de Morelia.

A esos criterios selectivos habría que sumar que los dos actores tuvieran química y la reflejaran en la pantalla, y también lo logró.

Aunque la triada entre director y sus dos protagonistas es fundamental para este filme, Cold War tiene otros elementos que la fortalecen a cada cuadro, tanto así que podríamos considerarlos como actores no visibles o no tangibles, pero sí perceptibles. “Hay durezas que son muy palpables y, cuando no las explicas con diálogos o escenas largas, evitas el aburrimiento porque no es necesario describirlas. Eso lo aprendí con Ida”, explica.

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‘Cold War’ (2018). Cortesía de Cine CANÍBAL.

Momentos invisibles

“La historia original o la que inspira esta película es increíblemente complicada en muchísimos términos. De entrada es muy desordenada como para hacer con eso una película”, explica Pawlikowski, quien se basó en la relación de sus propios padres para construir el guion de esta producción. Es por eso que le tomó bastante tiempo pensar cómo aterrizaría todo en una película.

Aunque llevaba décadas con esa idea en la cabeza, fue apenas hace tres años “cuando dije ‘Ya. Ok. No voy a contar esa historia íntegramente, será una similar, con personajes parecidos pero condensándolo todo en 15 años’”, dice. Y aunque usted no lo crea, resumió ese periodo en poco menos de una hora y media.

“No tienes que explicar las cosas para que el público las pueda ver. Fue una cosa de elegir los momentos más fuertes y decirlos elípticamente. Ese fue el método que encontré para hacerlo”, reflexiona. Así, Pawlikowski armó un bosquejo con muchísimas escenas, las escribía y reescribía —“incluso cientos de veces, literalmente”, aclara— para saber si aportaban o no a su relato; las descartaba o hacía ajustes para que funcionaran de acuerdo a lo que quería contar.

“Es todo un proceso. No es como que tienes un flashazo o te llega la inspiración. Tienes que trabajarlas para que funcionen. Fue un proceso que disfruté”, describe el polaco. Sin embargo, pese al esfuerzo de eliminación que hizo de raíz, Pawel Pawlikowski tuvo que descartar algunas secuencias incluso cuando estaba a punto de rodarlas.

“Iban a ser una pérdida de tiempo porque la película tiene un lenguaje muy fuerte y claro”, dice el cineasta y da como ejemplo la primera separación entre Wiktor y Zula. “Había preparado una escena que precedía al momento en que él se va. Un comunista se acerca a Zula para platicar: ‘Oye, este chico Wiktor no es uno de nosotros, tú y yo tenemos mucho más en común que lo que él podría tener contigo, él es más como un aristócrata’. Habíamos preparado esa escena, todo estaba listo, hasta al actor, que estaba muy emocionado por filmarla. Pero realmente no necesitábamos esa secuencia, podíamos verla implícitamente, de alguna forma”.

Además de las decisiones en medio del rodaje, el cineasta aprovechó cada recurso para ahorrarse las escenas explicativas. “Fue mucho usar el origen de las personas, el casting, el vestuario y el lenguaje corporal”, cuenta.

De esta forma te encontrarás con muchos saltos temporales hacia el futuro, que de primera impresión nos dejan blackouts más grandes que cualquier borrachera, pero los vínculos entre una escena y otra son tan sólidos que no harán falta explicaciones.

 

Música de peso

Uno de los personajes que nunca ves pero casi siempre sientes, y seguramente se convertirá en el favorito de muchos —especialmente para los melómanos—, es la música. Más que acompañar las escenas desde afuera, las melodías son parte de cada momento y esto halla su justificación en el oficio del par de enamorados: ella es cantante y bailarina del espectáculo que él musicaliza y dirige.

“La música fija la historia, de hecho es parte de ella. Es siempre como el tercer personaje en la película”, aterriza. Para jugar de esta forma con las melodías hubo una selección muy detallada de las canciones que acompañaría a Zula y Wiktor. “La música folklórica de mi país inspiró la música folklórica de la película. Eché un vistazo al repertorio, elegí alunas canciones que me gustaban y que me hacían sentido para lo que quería contar. Al final seleccioné tres y se las di (a los músicos) para que le dieran una interpretación popular, en el buen sentido”.

Esos son los sonidos que te guiarán por la primera mitad de la cinta, pero conforme los personajes y su amor evolucionan, la música también lo hace. Así llegas a un momento fuerte para la pareja protagonista, en París, donde predominan otros ritmos. “Le pedí a un gran músico y amigo mío, Marcin Masecki, que hiciera las adaptaciones de jazz de las mismas melodías folklóricas”, dice el realizador, quien se dice conforme con el resultado de su compañero.

“La música es siempre como un comentario de lo que está ocurriendo entre Zula y Wiktor, es algo como ilustrativo”, define Pawel Pawlikowski.

Pero también ese arte está presente incluso en donde menos lo imaginamos; en las escenas en las que Zula canta, por ejemplo, Kulig sabía muy bien a quién llevar a su mente, según dijo  a The Guardian hace unos meses. “A veces pensaba en Marilyn Monroe y Arthur Miller, quienes posiblemente tenían una relación similar (a la de los protagonistas de esta película). También ayudó recordar a Amy Winehouse y su personalidad. Yo sentía a Zula un poco así, muy linda y talentosa, pero al mismo tiempo deseaba destruir algo, cualquier cosa”, declaró la actriz a esa publicación.

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‘Cold War’ (2018). Cortesía de Cine CANÍBAL.

El color perfecto

“No había color que le hiciera justicia a esta historia”, argumenta Pawlikowski a Cine sobre la utilización de escala de grises en su película, y cuando tenemos la oportunidad de ver la cinta en verdad le damos sustento a esa justificación. “Pienso en la década de los 40 y los 50 como algo muy gris, café, todo oscuro”, agrega el director. “Pero también creo que el blanco y negro tiene mayores contrastes, y por eso la imagen termina siendo, de alguna forma, más colorida que con los colores mismos. Es más dramático”.

Además de los fines dramáticos, elegir esta paleta de grises no hizo más que realzar las composiciones fotográficas de Lukasz Zal; los grandes espacios de aire en cada cuadro y la profundidad que se visualiza desde la perspectiva de la cámara de Zal, provocan que queramos enmarcar varias de las escenas de Cold War para colgar esas fotografías en la sala. “Fue una decisión muy clara la eliminación de colores, todo se vuelve más directo”, asegura el cineasta.

Y al parecer la dirección fue la correcta. No lo decimos sólo por los premios que esta cinta ha acumulado, sino por las entrañas que mueve en nosotros como público; es fácil dejarse abrazar por su música, su cuidadosa estética y la precisión de los momentos que componen este relato. Aunque invisibles o intangibles, estos elementos permiten que la belleza se filtre hasta en las escenas de las discusiones más intensas. Pese a que estas características a simple vista lucen como el curso natural que debía seguir esta historia, en el fondo todo en Cold War está fríamente calculado.

 

Cold War continúa en varias salas de cine de México.

 

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