Cordero de Dios: Acontecimientos reales, violaciones y la Iglesia Católica













Es diciembre de 1945 y la Segunda Guerra Mundial está en sus últimos momentos. Una joven francesa enviada a Polonia, como parte del equipo médico de la Cruz Roja, descubre el secreto de un monasterio cerca de Varsovia: varias de sus habitantes fueron violadas por las tropas rusas que se instalaron en la zona. 

Acontecimientos reales, violaciones y la Iglesia Católica vuelven a conjuntarse en una película, ahora en una de Anne Fontaine. Esta vez el tema es un tanto distinto al de la ganadora del Oscar En primera plana (Tom McCarthy) y también nos traslada a otro punto en el tiempo; no se habla de sacerdotes pederastas en las últimas décadas, sino de unas monjas de Polonia que quedaron embarazadas tras ser abusadas sexualmente por unos soldados rusos durante la Segunda Guerra Mundial. 

El caso es complejo y toma otras dimensiones conforme avanza la película; si lo seguimos sin pestañear es porque la directora nos engancha a Cordero de Dios (Les innocentes) desde la primera secuencia. Una religiosa polaca camina a prisa en un bosque nevado, tiene la intención de pasar desapercibida y sus movimientos se camuflajean gracias a los colores de su hábito—negro y blanco–. La tranquilidad del paisaje se rompe cuando irrumpe en un centro de la Cruz Roja y en su lengua natal solicita ayuda a la primera mujer que encuentra, aunque las diferencias del idioma impiden a una doctora francesa entender que alguien está a punto de parir en el convento.

La médico cómplice es Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge) y sus vivencias nos sirven para enteramos de todo lo que ocurre dentro del monasterio de benedictinas: las chicas embarazadas no sólo son víctimas de los rusos, también padecen las cuestionables prioridades de una institución que prefiere ponerlas en riesgos físicos y emocionales, tanto a ellas como a los bebés, antes de denunciar el caso o buscar otras alternativas para solucionarlo –y más ad hoc a sus principios, por cierto. 

Pese a la gravedad de los sucesos, las violaciones no resultan tan transformadores para el rígido sistema del lugar como lo hace la presencia de una mujer extranjera, de ciencia y con ideas más liberales. La llegada de Mathilde es la oportunidad para las monjas de atreverse a hablar de su falta de vocación, aceptar la revisión de su cuerpo, cuestionar su fe y confrontar las contrariedades de la madre superiora (Agata Kulesza).

Aunque la evolución más llamativa corresponde a la propia doctora. Fontaine se encargó de definir muy bien los momentos que marcarían al personaje principal, como cuando a la mala aprende el sentir de las monjas violentadas, para luego bajar la guardia y crear más empatía con ellas. Pero si ese cambio de lo riguroso a lo soltura es aún más claro para nosotros como espectadores, es gracias a la emoción que hasta por los ojos transmite De Laâge, cuya joven pero sólida experiencia ya se demostró en otros filmes –y de otros matices–, como Respira de Mélanie Laurent.

La suma de los elementos resultan en un discurso entrelíneas sobre la feminidad, que convierten a la cinta en una especie de híbrido entre La casa de Bernarda Alba, por su naturaleza coral y rigidez, y las confrontaciones de la fe del drama en blanco y negro Ida (Pawel Pawlikowski). Y es esta última película la que parece la principal referencia de Cordero de Dios, no sólo porque curiosamente Kulesza aparece en ambos elencos, se justifica también por las repercusiones de la SGM en la vida de una religiosa y la estilizada propuesta visual, que en esta ocasión corre a cargo de Caroline Champetier (Holy Motors).

VEREDICTO

Pese a que el punto de partida es delicado, Cordero de Dios evita el dramatismo y se centra en la construcción de escenas sugerentes para invitarnos a seguir a la protagonista hasta el final.