‘Fight Club’: a 20 años, rompamos la primera regla
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Al evaluar el año 1999 se puede ver una constante en un cine con cada vez más hincapié en temáticas sobre el cuestionamiento a la autoridad y un sentimiento generalizado de inconformidad social. Eso si tomamos en consideración estrenos como The Matrix, American Beauty e incluso comedias de culto como Office Space. Pero aun así, casi nada supera el cinismo de lo que se considera una de las favoritas de muchos: Fight Club, de David Fincher, una película que a pesar de haber sido un completo fracaso de taquilla, caló en lo más profundo de toda una generación y todavía sigue siendo un referente en nuestra cultura.
Algunos de sus diálogos forman parte del mantra personal de muchos e incluso no es descabellado encontrar uno que otro club de la pelea funcionando en la clandestinidad. Sin embargo, todavía hay cierta ambigüedad y debate sobre el verdadero significado de lo que implica el filme.
Todos recuerdan la primera y segunda regla: “no se habla del club de la pelea”. El problema de cumplir dicho estatuto es que se vuelve prácticamente imposible no hacerlo. ¿Qué es lo que dice esta obra sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea? ¿Y por dónde empezar en este recorrido?
«Me conociste en un momento muy extraño de mi vida»
En la década de los noventa, el autor Chuck Palahniuk no estaba muy lejos de encontrarse en la misma situación que el protagonista de su novela: trabajando para una empresa de manufactura de vehículos automotores, calculando riesgos y accidentes, siempre rodeado de compañeros de trabajo que parecían compartir esa sensación de no pertenecer.
Durante sus descansos, estaba claro que todos sentían algún tipo de resentimiento hacia su figura paterna. Era una generación profundamente marcada por algún tipo de ausencia y la incapacidad de enfrentar conflictos. Al notar esto Chuck comenzó a escribir sus ideas en una libreta durante sus ratos libres.
Para este momento, el treintañero Palahniuk con aspiraciones a escritor sentía que jamás lograría publicar una novela, por lo que optó escribir algo por pura diversión. “El Club de la Pelea” para él terminó siendo también una forma en la que podía drenar mucha rabia e impotencia internalizada dentro de un libro.
La historia que concibió cuenta con un narrador sin nombre discernible, insatisfecho y sumido en una vida de consumos e insomnio, por lo que comienza colarse en grupos de apoyo para pacientes terminales, como un mecanismo para “calmar” su trastorno de sueño a través de la catarsis de otros.
Tiempo después conoce una mujer que hace lo mismo que él, Marla, e incapaz de compartir la misma habitación con otro “impostor”, el insomnio reaparece. Luego conoce a un enigmático hombre llamado Tyler Durden. Con él comienza el extraño hábito de hacer peleas callejeras que terminan convirtiéndose en una herramienta todavía más eficiente de terapia.
Cuando finalmente llegó el momento de publicación, el libro resultó ser un modesto éxito en librerías y fue elogiado por la crítica como “una sátira volátil, brillantemente espeluznante”. Palahniuk recuerda que a raíz de la novela logró por primera vez establecer una verdadera conexión emocional con su padre, puesto que él también se sintió identificado con la obra.
Hubo un elemento particular que fue lo que llamó la atención de los ejecutivos de 20th Century Fox: la revelación final de quién era Tyler Durden. Aun cuando no se sabía qué clase de película podía salir de este material, sabían que este giro era un elemento con un potencial icónico para las audiencias.
La productora Laura Ziskin (Pretty Woman) compró los derechos por 10 mil dólares y le entregó una copia de la novela al director David O. Russell (The Fighter), que rápidamente rechazó el proyecto diciendo “Lo leí, pero no lo entiendo”. Sin embargo, había alguien más que si entendía la obra y tenía ya sus ojos puestos en hacer una adaptación: un director llamado David Fincher.
Como mono listo para ser lanzado al espacio
Con apenas dos películas en su currículo, el ex director de comerciales y videos musicales de Madonna comprendió a la perfección el tipo de rabia al que se refería la novela de Palahniuk. Fincher la visualizó como una versión de The Graduate en donde un joven angustiado rechazaba la conformidad y expectativas de una generación previa.
El único inconveniente para Fincher era que Fox se había adelantando comprando los derechos del libro, pues en un principio él los deseaba para sí debido a que, para ese momento, todavía se encontraba resentido con el estudio debido a la mala experiencia que resultó ser su primer largometraje, Alien 3. Al final, ambas partes accedieron a trabajar de nuevo y Ziskin terminó siendo una aliada al buscar respetar la visión creativa del director.
El guión corrió a cargo del Jim Uhls, que para ese entonces estaba en la quiebra y hasta el cuello en deudas de tarjeta de crédito. La historia resonó igualmente con él, puesto que había trabajado durante años como bartender antes de vender su primer guión. Uno de sus aportes en la adaptación fue el de incorporar un mayor propósito al plan de Tyler Durden.
Uhls hizo a Tyler mucho más carismático y todas sus maquinaciones fueron diseñadas para evitar el menor número de bajas posibles. Se le da un mayor aire “político” al Proyecto Mayhem, al tener por objetivo acabar con las compañías de crédito y dejar un mundo libre de deudas bancarias. Por otro lado, en el libro, Tyler sólo desea convertirse en un “mártir” y no siente ningún remordimiento en lo que llama sus “sacrificios” humanos.
La inversión del estudio fue de unos 65 millones de dólares, contando con la inclusión dos grandes estrellas de cine en su mayor auge: Edward Norton y Brad Pitt, algo muy afortunado para una película que en un principio pudo haber sido considerada solo para la televisión. El problema fue que resultó un producto muy difícil de vender para el departamento de marketing, algo que pudo haber sido un factor en su enorme fracaso comercial.
Las ganancias y el verdadero valor monetario de la cinta no llegaron hasta tiempo después, cuando superó casi más de 6 millones de dólares con las ventas del home release. Hoy es inevitable ver una infinidad de mercancía relacionada: desde jabones personalizados a playeras con citas de los protagonistas, sobre todo de Tyler. Algo irónico considerando el espíritu anti consumista en la historia.
«Las cosas que poseemos, terminan poseyéndonos»
Mucho se ha mencionado ya como personas como Fincher y Uhls sintieron que la historia les estaba hablando directamente a ellos, era un reflejo de lo que sentían en sus treinta, con carreras como poco fructíferas para sus expectativas y llenas de decepción. Un concepto que sigue siendo atractivo para muchas personas expuestas a la obra.
Luego está el evidente uso del humor negro, el propio Fincher y Norton pasaron mucho tiempo del rodaje definiendo el tipo de comedia que querían transmitir en pantalla: algo sardónico, visceral y cínico. Pero muchas veces el arte puede llevar a más de una sola interpretación.
En el caso de Fight Club muchas personas siguen viendo a Tyler Durden como una especie de “salvador” cuando en realidad queda muy claro que podría tratarse de un sociópata/asesino en potencia, alguien incapaz de preocuparse por la seguridad de otros y con un claro desapego por las normas sociales o estatutos morales.
Aun cuando hay cierta verdad en sus argumentos sobre el consumo y justificadas razones para buscar una actividad que le permita expresar su rabia, sus acciones individuales demuestran que él también forma parte un componente tóxico de nuestra sociedad. Incluso cuando el concepto de “fragilidad masculina” se ha popularizado más en el clima sociopolítico actual, Fight Club también es un reflejo de estos comportamientos.
Su nombre era Robert Paulson
Los protagonistas constantemente reprochan ser parte de una generación que fue criada por la televisión y las mujeres, siempre buscando complacer las expectativas de alguien más, mientras que su principal rol masculino a seguir se mostraba mayormente ausente o emocionalmente distante.
Hay una implicación de sentirse emasculado e incapaz llenar el rol de lo que se considera aceptable socialmente para “un hombre”, por lo que se opta por una actividad propiamente calificada de masculina (como el entrarse a golpes y romperle la nariz a un desconocido) para suplir esta necesidad.
Este comportamiento llevado al extremo es lo que lleva a las consecuencias de algo como el Proyecto Mayhem, pensar que se puede “resolver el orden natural” a través de la autodestrucción es lo que lleva a la muerte de alguien como Robert Paulson, un civil embelesado por el carisma de un líder autocrático como Tyler Durden.
Si vemos Fight Club estrictamente bajo los términos del género de comedia satírica en los que fue concebido, ¿entonces qué es lo que se está satirizando? ¿La sociedad de consumo o a nosotros como consumidores? ¿Trata sobre salvadores o falsos profetas que se aprovechan del descontento para ponerse por encima de sectores vulnerados?
¿Trata acaso sobre la incapacidad de un hombre en establecer una conexión con una mujer y que debe crear un alter ego que representa todo lo que él desearía ser para poder acostarse con ella? ¿O es alguien que está en conflicto con su propia preferencia sexual y decide realizar actividades con cierto tono homoerótico pero que sirven para reafirmar su masculinidad?
Todas estas interpretaciones han estado sobre la mesa y siguen siendo válidas para ampliar el debate. Quizás esa sea la razón por la que todavía seguimos hablando de Fight Club 20 años después, y por la que quizás todavía sigamos hablando de ella en 2039.
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