La última escena: ‘The Devil Wears Prada’

Analizamos la última escena de The Devil Wears Prada, y las lecciones que nos deja.

Por Anaid Ramírez

Prácticamente son dos minutos sin diálogos, sólo es el bullicio neoyorkino; pero ese silencio hacia el final de The Devil Wears Prada no se siente como algo incómodo, sino más bien poderoso y reconfortante. Después de todo el acoso laboral y la entrega profesional sin recompensa que vivió, es lo menos que merece la joven Andy Sachs (Anne Hathaway). Gracias por pensar en nosotros, David Frankel, y regresarnos un poquito de esperanza en la humanidad con ese desenlace. 

Antes de llegar a ese juego de miradas de la última escena, Frankel —basado en la novela homónima de Laura Weisberger, quien a su vez se inspiró para dicha publicación en su propia experiencia— intenta ponernos en los zapatos Andy. No es difícil, aunque en algún momento ella calce Jimmy Choo: era una joven promedio que compraba suéteres en oferta y buscaba su primera oportunidad laboral para aprovecharla y luego aspirar a su máximo sueño: entrar al New Yorker.

La vida terrenal de Sachs, quien se compra un sándwich en la esquina, usa el metro para trasladarse e intenta verse con sus amigos pese a la vida de adulto contemporáneo, son un gran broche para ajustarnos a la historia demoníaca de esta iniciada en la vida godín. Por eso nos pega tanto lo que viene para ella después de ser aceptada en el “trabajo perfecto”, como asistente de la editora en jefe de la revista Runway (a.k.a. Vogue), Miranda Priestly (a.k.a. Anna Wintour).

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En teoría, si trabaja con Priestly (una estupenda Meryl Streep) después podrá conseguir cualquier chamba, pero Andy no imaginó que el “trabajo perfecto” para muchas, es realmente una pesadilla; no sólo porque deba memorizar la receta, el tamaño y los toppings especiales del café de su jefa —conforme avanzan las escenas sabes que la bebida es lo de menos—, sino por todo lo que pierde en el camino; no es en vano que Nigel (Stanley Tucci) le sentencie “avísame cuando tu vida privada esté arruinada, entonces merecerás un ascenso”.

Con el paso de los días, Andrea se transforma por fuera y también por dentro, aunque ella supuestamente no quiera o no se dé cuenta. Después de otro encuentro godín con Nigel, la mano derecha de Miranda, la joven decide cambiar su aspecto y también su clóset lleno de ropa genérica y barata por uno con prendas de temporada y de diseñador. Y como lo es en la vida real, eso es sólo la parte superficial. 

Cuando menos lo piensa, la periodista se aparta de su familia y amigos, pero sobre todo arriesga su integridad con tal de conseguir imposibles; como que su jefa vuele en medio de un huracán o alistar un par de copias del nuevo libro de Harry Potter para las hijas gemelas de la doña, aunque el texto aún esté en imprenta y eso implique buscar el manuscrito inédito. En otras palabras, Miranda pide cosas absurdas y Andy absurdamente las consigue sólo para tener su aprobación.

La jefa parece no tener llenadera, y “la nueva Emily” está tan obsesionada con su trabajo, que sólo tocando fondo se dará cuenta del desequilibrio que hay entre lo ganado y lo perdido. Ese momento de lucidez le llega justo en “la cumbre”, cuando la primera Emily (Blunt) se accidenta y debe cancelar su asistencia a la Semana de la Moda en París, y Andrea la suple para acompañar a Miranda. 

Todo pasa en la Ciudad de las Luces: Miranda traiciona a su fiel Nigel para salvarse a sí misma el pellejo, lo cual ofende a Andy sin darse cuenta que prácticamente ella hizo lo mismo con Emily. “Decidiste crecer. Si quieres tener esta vida, tienes que tomar decisiones”, le argumenta la jefa. “Esto no es lo que quiero”, responde Andrea tratando de defender su bondad. “No seas ridícula, todas quieren ser como nosotras”, finaliza Priestley. 

Aunque duras, esas palabras son las que necesitaba Sachs para notar en quién se había transformado y que siempre tuvo el poder de decidir renunciar a ese trabajo esquizofrénico. La joven sale del auto, pero no tras la editora, sino para seguir su propio camino y deshacerse del teléfono que la conectaba con su verdugo.

 

Las siguientes escenas son para cerrar el aprendizaje de las dos implicadas. Andy se reúne con su ex para limar asperezas y va a una entrevista para conseguir un trabajo más apegado a lo que ella quiere construir, en el periódico The New York Mirror. Ese mismo día, se ve a la distancia con Miranda, quien parece ignorarla pero al subirse al auto la observa con una sonrisa honesta. Hasta Emily aprendió de su símil y reconoce lo cosechado, “tienes que llenar unos zapatos enorme”, le dice a “la nueva Andrea”. 

Así es como Sachs termina su lección, no sólo aprendiendo a diferenciar entre el turquesa y el celeste, sino a que hay que trazar camino con un trote que no te traicione a ti mismo, así decidas hacerlo con unos Manolo Blahnik o unos PANAM.

The Devil Wears Prada está disponible en DVD, Blu-Ray y On demand.