Obra maestra Cine: Mulholland Drive

Con Mulholland Drive, David Lynch abrió con todo el siglo XXI, con Betty (Naomi Watts) y Rita (Laura Harring) resolviendo el misterio de la propia identidad de la segunda.

Por Adam Smuth

Las tramas crudas han vuelto, en años recientes, el enemigo mortal del cine popular. Como malas hierbas, se retuercen bajo sus cimientos creciendo sin control a un ritmo feroz. Coágulos fibrosos de narrativa imposible de tragar hundieron a Pirates of the Caribbean. Historias de trasfondo han constipado fatalmente a la alguna vez esbelta Alien, de Ridley Scott, y dejaron a Terminator, de James Cameron, por completo desconcertado.

Por ello es placenteramente irónico que la era que dio nacimiento a este tsunami de tramas nos brindara, justo en sus inicios, una película que puede ser tomada como una amenaza entusiasta frente a la centralidad de, o incluso la necesidad de, un hilado convencional y coherente.

La Mulholland Drive de David Lynch, su mejor cinta y todavía, 17 años después, una contendiente como la mejor del milenio hasta ahora, es superficialmente rebosante de acción. Femmes fatales se enfrentan a asesinos a sueldo. La pila de cadáveres en departamentos oscuros y edificios de oficinas de mala muerte aumenta. La mafia aprieta los tornillos a un director atosigado. Hay un policía con zapatos de suela de goma y un vaquero susurrante. Billy Ray Cyrus se aparece.

Y nada de eso importa ni un poco. En la superficie es un misterio, el tipo de filme en el que puedes tener cualquier color de pista falsa siempre que sea roja. Betty (una fenomenal Naomi Watts), una bailarina de jazz ganadora de una competencia, llega a La La Land buscando el estrellato sólo para encontrar a una mujer misteriosa viviendo en el departamento de su tía (¿cuándo se desarrolla esto?).

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Universal Pictures

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Un accidente de auto ha dejado a Rita (Laura Harring) con la más telenovelera de las aflicciones: amnesia; las únicas claves sobre su identidad son un bolso lleno de dólares y una misteriosa llave azul que parece llegada del espacio exterior.

Ambas mujeres tratan de unir las pistas, pero el efecto de bola de nieve de las maquinaciones de la trama son como una sobredosis deliberada, diseñada para obligarnos a dejar de seguirle la pista a los personajes, quienes de cualquier manera parecen fusionarse en cierto momento, liberándonos para habitar por completo el mundo de Lynch.

Una vez que al fin te rindes —quizá cuando el mafioso enano en un cuarto a prueba de ruidos comienza a darle órdenes a un sujeto con una obsesión por los espressos—, Mulholland Drive (o Mulholland Dr., como el material de marketing inicial nos hacía llamarla) se revela como un sueño febril y emocionante, un poema en tono abstracto, y una carta de amor conmovedora y horrorizada para La Fábrica de Sueños.

En contradicción, la propia historia de producción de esa película fue una pesadilla. Para finales de los 90, Lynch había establecido una frágil relación con la televisión. Aunque Twin Peaks fue un éxito entre los críticos, su serie siguiente, On the Air, duró apenas tres episodios antes de que la cadena ABC la cercenara.

Pero para 1998 la relación había mejorado lo suficiente como para que le dieran siete millones de dólares. Con ese dinero se realizaría el piloto de un nuevo programa, con la condición de que filmara un final, dándole al estudio la opción de estrenar en Europa el piloto a modo de largometraje, a fin de recuperar de esa forma algo del dinero en caso de que el trabajo de Lynch no lograra deleitar lo suficiente.

“Básicamente odiaban todo al respecto”, reportó un abatido Lynch después de entregar la primera edición. El enfrentamiento que siguió con ABC hizo que volviera a editar el piloto, eliminándole media hora a huevo.

Los cambios no lograron tranquilizar al estudio, que mandó el proyecto al refri con sutil amenaza de proyectar esa edición destajada como cinta para la televisión en alguna fecha futura.

Lynch comenzó a investigar acerca de la posibilidad de eliminar su nombre del proyecto, pero entonces el estudio francés Canal Plus compró el piloto y le dio dos millones más, lo que significó nueve días extra de filmación para producir un largometraje completo.

Una doble hélice de terror y seducción se enrolla en Mulholland Drive. Está viva y es sensual; tiene el glamour seductor de Rita Hayworth y Raymond Chandler, y la resaca rancia de una ciudad que se esconde en plena luz del día como un monstruo tras el basurero de un restaurante.

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Universal Pictures

Hay una magia indefinida e irresistible en la versión de Los Ángeles que conjura Lynch, una de fuentes rodeadas de bugambilias en jardines de edificios departamentales, y la red de halógeno que se observa desde las colinas a través del esmog.

La fotografía luminosa de Peter Deming pinta a la ciudad en una luz solar abrasadora y luego en color rico, saturado y lleno de sombras, mientras que la pista sonora de Angelo Badalamenti alterna el pop soleado con paisajes acústicos siniestros que sugieren horrores ocultos.

Es eso lo que hace que los amantes del cine sigan llegando a Mulholland Drive. Es un filme sobre el encanto extraño y narcótico y no sobre tramas o historias, sino sobre el cine mismo.

¿De qué se trata? Quién sabe. ¿De quién se trata? “Y ahora yo estoy aquí, en este lugar de ensueño…”, es una de las primeras cosas que Betty, recién bajada del avión, dice. Cambia ese “yo” por “nosotros” y es lo más que te vas a acercar al secreto perdurable de Mulholland Drive. Mientras nos sentamos en un cine oscuro, soñando el maravilloso y terrible sueño de Lynch, resulta que, al menos en parte, es una historia sobre nosotros.

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