Reseña ‘Loving Vincent’: una cinta de crimen que fluye como las pinceladas del artista














Armand Roulin (Booth), hijo del cartero de Vincent Van Gogh, tiene la misión de entregar la última carta que el recién fallecido escribió, sin saber que en el camino se involucrará en el misterio del repentino suicidio de Van Gogh.

Qué mejor forma de rendir homenaje Vincent Van Gogh que con una animación imitando su técnica en óleo e involucrar en ese relato, de manera esencial, uno de los más importantes ejercicios en la cotidianidad del pintor, escribirle cartas a su hermano Theo.

La biopic del artista holandés es un cuadro muy ambicioso de los realizadores Hugh Welchman y Dorota Koniela —el primer y segundo largometraje de su carrera, respectivamente—. Por un lado está el aspecto técnico, el cual implicó que 125 pintores —entre ellos la mexicana Mayra Hernández— realizaran juntos alrededor de 65 mil piezas de óleo sobre lienzo para sustituir con ellas las imágenes que, previamente, se habían capturado con actores reales sobre green screen. 

El resultado es de tal calidad, que hay escenas en las que incluso
percibes el empaste del óleo. Te será inevitable abrir más los ojos con el movimiento de cada escena, la suma y resta de luz y sombra, lo cual implica detallados pero notorios cambios de saturación en la pintura.

Quizá también fue un desafío la forma en la que se podía abordar la historia de Van Gogh (Robert Gulaczyk en esta versión). Entre las ya varias cintas biográficas acerca del mismo personaje, era necesario hacer una distinción narrativa. Aquí no conoces sus aventuras a través de sus propios ojos, más bien se cuentan desde la perspectiva de un tercero, Armand Roulin (Douglas Booth).

Recorrer la vida de Van Gogh de esa forma, guiado por el hijo de su cartero, encuentra su “pretexto” en una asignación del propio empleado del servicio postal: Joseph Roulin (Chris O’Dowd) le pide a Armand entregarle a Theo (Bartlomiej Sroka) la última carta que escribió el pelirrojo. La misión se convierte en un odisea para el joven Roulin; quien va de un lado a otro y lidia con varios personajes, cada uno describiéndole un fragmento en la vida de Van Gogh a fin de que comprenda los traumas anclados en su infancia, sus aspiraciones, el vínculo con su hermano y el complicado estado mental del pintor.

Los diálogos que van armando este rompecabezas funcionan para confundir a Armand y a ti como espectador, con la finalidad de jugar con los prejuicios pero también para eliminarlos paulatinamente: “La vida puede acabar hasta con el más fuerte”, dice en una de sus líneas el mayor de los Roulin.

Así que más que a óleo, esta película biográfica huele a una cinta de crimen que fluye como las pinceladas del artista. En Loving Vincent no hay cábida para los diálogos de relleno, pero sí para los flash backs que se presentan en cuadros de escala de grises y para dimensionar las lecciones personales que el pintor dejó entre quienes lo rodearon.

Este tipo de relato igualmente permite que la técnica de animación aporte nostalgia al filme. Hay escenas que lucen como si los cuadros de Van Gogh cobraran vida o fueran sutilmente invadidos por los personajes que arman esta historia —muchos de ellos fueron retratados por el propio artista—; te emocionará ver “La habitación de Van Gogh en Arles” o uno de sus tantos autorretratos, por ejemplo. 

Sin embargo, seguramente los momentos que más te fascinarán
serán las transiciones que hilan una pintura con otra, tanto que casi podríamos apostar que se te saldrá una lágrima traicionera cuando a “La noche estrellada” le llegue el turno de “diluirse”.

VEREDICTO

Si buscas una película que trastoque tus emociones, debes considerar Loving Vincent al pararte en la taquilla; convierte el arte y vida de Van Gogh en toda una experiencia en movimiento.