‘El Vigilante’: la gran dualidad de un personaje ordinario














SINOPSIS:

Salvador (Alonso) trabaja como vigilante en una construcción y busca realizar sus labores de la mejor manera. En una de sus guardias es testigo de un crimen cercano a la obra y esto desata una serie de eventos, que tendrá que afrontar la noche siguiente.

“Estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, sería una frase que ilustra a la perfección el primer largometraje del mexicano Diego Ros, pero la lectura del filme va más allá de esa premisa para hablarte de una manera distinta acerca de la violenta situación de nuestro país.

Sin muchas locaciones de fondo, la cinta comienza con la travesía de un hombre de su casa hacia su trabajo, del oriente del Área Metropolitana al poniente de la Ciudad de México, y ahí se mantiene hasta el último segundo del relato. El don que Ros sigue con su cámara es Salvador (Leonardo Alonso), quien no tarda en evidenciarse como una persona recta, adepta a seguir lineamientos y protocolos, un hombre común y trabajador como muchos otros.

Pareciera no haber más historia de dicho personaje que está a punto de convertirse en padre, pero el joven director y guionista de esta película no eligió cualquier momento para presentarte a Chava, te acerca a él la noche en que podría conocer a su hija y, sobre todo, cuando la rectitud que lo caracteriza alcanza un punto cuestionable.

Previo a la jornada que ves en pantalla, el velador y uno de sus compañeros fueron testigos casuales de un crimen, por lo que al día siguiente ambos dan su declaración a la policía. La contradicción de los argumentos y la conciencia incansable del protagonista, provocan que éste retrase un tanto su salida laboral y se vea involucrado en una serie de situaciones extrañamente delictivas, a veces como testigo nuevamente y otras más, incluso, como partícipe.

El mejor largometraje del Festival Internacional de Cine de Morelia de 2016, no le da a su rol principal una drástica transformación, pero si dualidades en su comportamiento mostradas de manera paulatina. Y es que si termina como cómplice de algo indebido no es por ser mal intencionado, sino por ser acomedido y también para salvar el pellejo ante una justicia que podría convertirlo en un chivo expiatorio.

Con una cámara predominantemente estática, que apenas se mueve para acercamientos y alejamientos, Ros construye un relato incisivo para el protagonista y exasperante para el espectador: querrás entrar a la construcción y sacar de ahí a Salvador antes de que termine más embarrado, mientras que al abandonar la sala sentirás una sacudida acerca de cómo los atropellos han penetrado lo cotidiano y cómo, hasta el hombre más común y recto puede terminar bailando con la señora violencia

Veredicto:

Para ponerte al tanto con las películas que te perdiste por no ir al FICM. Un filme que, pese a no tener mayor acción, te atrapará por la dualidad y lo ordinario de su personaje central.