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No hay ningún ángulo de la más reciente película Oliver Assayas que funcione por completo. Al igual que una historia de fantasmas, el film pasa de ser genuinamente espeluznante a completamente ridículo, sobre todo por sus efectos especiales que parecen haber sido copiados de una casa embrujada de feria. Por otro lado, como un buen thriller de misterio, la historia te lleva por caminos aterradores pero con dirección a un destino demasiado obvio. Y para terminar, nos deja con un montón de cabos sueltos.

Aún con lo poco satisfactoria que puede ser debido a estos detalles, la película está llena de buenas atmósferas y un excelente trabajo en los personajes que, a pesar de que no pueden hacernos olvidar los errores de la trama, por lo menos pueden ayudarnos a perdonarlos. Es un revoltijo tan peculiar que es casi imposible de catalogar, pero se deleita por su rareza. Esa es su mayor fortaleza. 

Kristen Stewart muestra que está en la mejor etapa de su carrera con Maureen, personaje que trabaja organizando el vestuario de una celebridad nefasta a quien vemos poco, pero de la que se sabe mucho por lo que los demás hablan a sus espaldas. Maureen, como es obvio, odia su trabajo (aunque es muy buena desempeñándolo) y su hogar temporal en París. La única razón por la que permanece en la capital parisina es porque su hermano murió allí y ella está esperando una señal de su espíritu. 

Sin embargo, es importante resaltar que Maureen ve fantasmas, pero no los entiende— eso en parte se debe a que la gente viva la confunde. El verdadero misterio comienza cuando Maureen empieza a recibir textos de un número anónimo y se desata una relación vía telefónica que es mucho más abierta que cualquiera que haya tenido en la vida real. Mientras los mensajes se ponen mas tétricos, Maureen—y nosotros también— sentimos el peligro acercándose. 
 
A pesar de que en varias ocasiones Stewart se ve incómoda en su propia piel frente a la pantalla— e incluso refleja que se resiste a estar en en películas como Crepúsculo o Blanca Nieves y el Cazador. Aquí, interpretando a alguien que no sabe quién es, tiene el control total. Maureen se ve tranquila y relajada durante el trabajo, incómoda y apresurada cuando la arrastran a una conversación personal y extrañamente sexy durante una escena en donde disfruta del guardarropa de su jefa mientras ella no está.

No podemos saber bien cuál de estas facetas de Stewart es la verdadera, pero no hay duda que su actuación en este film es magnética y nos deja con varias preguntas al final, como debe hacerlo un buen personaje. 

Aunque mayoría del personaje es interpretado sin diálogo, Stewart logra dar un rango de emociones  con en el simple acto de escribir un mensaje de texto. La última colaboración con Assayas, Clouds of Sils Maria, hicieron que Stewart ganara un César. Podríamos decir que se descubrió como una actriz gracias a él, casi de la misma manera que lo hizo Keira Knightly con Joe Wright.

Pero creo que lo que más molesta es la clara falta de flujo entre las escenas de Maureen. Primero deambula por una tétrica mansión esperando espíritus y luego tiene una relación virtual psicosexual mientras corre por la ciudad. Es casi como si dos películas hubieran sido pegadas. Un relajo sin pies ni cabeza del que se puede rescatar al personaje de Maureen, quien sin saber qué esperar o saber qué está pasando, jamás se muestra lejana.